Eran casi las ocho en punto de la mañana de un lunes sin sol. Pero un sueño plácido y abrumador envolvía a Mara más allá de las sábanas de satén. Los últimos segundos soñados parecían tan reales que dudaba de si había estado despierta antes de que su madre tocara bruscamente la puerta del dormitorio, en el que se respiraba un ambiente amargo y opaco desde que el sol decidió no volver a pasar a despertarla por las mañanas. El despertador había dejado de marcar las horas desde hacía varios días. Pero ya no le importaba. Estaba acostumbrada a medir el tiempo en momentos, no en minutos. Se incorporó despacio y se sentó en el borde de la cama para intentar poner el orden unos pensamientos que hacía tiempo no lograba encontrar. Que tal vez ya no existían o no habitaban en su cabeza. Sólo un gran calendario que parecía inundar la habitación marcaba la fecha en rojo de la temida selectividad. Por supuesto, sólo podía ser hoy. El día después de que Mara fuera convencida para hacer la locu...