NAÚFRAGO
Siento
la arena fría bajo mis pies descalzos y camino por la orilla de un mar que
desconozco. El pelo suelto se revuelve en mi rostro y una humedad salada me
parte los labios. La noche está cerrada y la luna no acude a su cita diaria.
Única luz… el reflejo del alma. El ruido de las olas me resulta tan lejano y a
la vez tan cercano porque retumba dentro de mí. Muy adentro. En ese lugar de mi
cuerpo que sólo yo sé dónde está, porque es cuestión de sentimiento, imposible
de explicar. Pienso en la loca idea de que siguiendo ese camino podría dar toda
la vuelta al mundo sin perderme. Y eso para llegar a este mismo lugar, que
simulará ser igual a pesar de haber cambiado completamente desde el momento en
que decidiera volver, pero no caminando hacia atrás, sino para adelante.
Siempre para adelante y sin perder de vista la orilla. Aquella que enmarca un
mar de esperanzas y recuerdos que se depositan a lo largo de los años que pasan
lentos, cuando el dolor viaja en ellos. No podré perderme, seguro, tengo tiempo
para todo… menos para eso.
Único
equipaje mi valor y sentimientos. Empiezo a caminar sin rumbo y mirando atrás
solamente para comprobar mi propio rastro… mis huellas en la arena, para saber
regresar de nuevo. Sólo miro atrás para buscar esa guía y no tener miedo de
alejarme de aquello que duele, pero que al menos conozco y no me hace sentir
extranjera. Me agarro a las marcas de mis pies sobre la arena. Pero entonces
descubro que no aparecen, que mis pies descalzos sin rumbo no dejan huella ni
rastro. Me pregunto a qué es debido… no logro marcar camino para orientar mi
regreso cuando aquella vuelta al mundo que me planteo termine en este punto de
encuentro, que tal vez sea mi cruel destino.
Continúo
caminando, pero cada vez más lento… las dudas me asaltan. Sin rastro marcado no
habrá regreso. Igual es que aquel lugar de la playa sin nombre en medio de la
nada no es el lugar del mundo más seguro para mí. Tal vez mis pies estén
borrando los recuerdos que duelen para no regresar, para continuar andando… en
un viaje infinito y nunca parar hasta que las huellas se reactiven y con un
leve crujido me hagan darme cuenta de que ese es por fin mi lugar. Un lugar de
oportunidades, saber que ese es mi sitio, y que a él debo regresar aunque me
vaya lejos para cambiar los vientos, que ahora ya ni soplan. Sóla ante la
tierra, el fuego y el mar. Y yo, hoy el cuarto elemento, el eslabon que ya dejó
de estar perdido y vuelve a encajar su camino sin huellas que rastrear.
Aquellas que ya sólo formarán parte de un bonito lienzo marino. Ahora estoy
segura de que no dejo nada atrás. Mi angustia cesa. Puedo continuar...
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