VOCES DORMIDAS
El atardecer se
recostaba sobre el opaco horizonte y las escasas gaviotas se perdían entre los
barcos pesqueros, que aún quedaban a flote. Es lo que tienen las estampas
veraniegas, que suceden en el tiempo sin que los transeúntes solitarios se
detengan a verlo. Nadie excepto Alex. Cada tarde acudía a la cita inolvidable
de ver partir al sol y llegar la luna. Era curioso que jamás coincidieran, era
como si no se llevaran bien, como si esquivaran miradas y tomaran posiciones
por turnos, llegando al mismo lugar y recorriendo los mismos horizontes sin
cruzarse ni dirigirse palabra alguna. Precisamente esto era lo que le sucedía a
Alex cada día con las gentes de la pequeña localidad de Bhrean, que llegaron a
convertirse en tan invisibles para él que llegó a pensar que estaba sólo en el
mundo. Jamás podría perdonar aquella guerrilla local que acabo bombardeando su
casa y matando a toda su familia. No era fácil volver a confiar en el ser
humano, aunque sabía perfectamente que no todos eran malos… últimamente los
gatos hambrientos que merodeaban por el puerto llegaron a ser sus únicos amigos,
su única compañía fiable… hasta que apareció Gemma.
Cada tarde se
reunía con ella sin saberlo, la observaba a lo lejos pasear por el puerto.
Vestido blanco de seda con encajes violetas y sombrero de paja, que ocultaba su
rostro enfundado en enormes gafas de sol. Siempre paseaba a escasos metros de
la orilla y Alex mantenía posición detrás de los barcos aún aparcados en el
puerto. Nunca se dirigieron la palabra, no sabía nada de ella, de dónde venía,
a dónde se dirigía o cómo era su vida… pero poco o nada le importaba. Desde que
la vio la primera tarde, asomada a la orilla contemplando el horizonte sola y
tan frágil, paseando en silencio y atrayendo a sus amigos los gatos
hambrientos… supo que no necesitaba saber más de ella. Que tenía que acercarse
y conocerla, que no podía terminar el verano y perderla. Llevaba cuatro días
observando su recorrido. Paseo por el puerto, descanso con los pies descalzos
en la orilla cuando bajaba la marea, y largas horas esperando ver salir y
desaparecer todos y cada uno de los barcos… para luego volver por la callejuela
que desembocaba en la lonja, supuestamente camino a casa. Entonces lo supo, se
había enamorado de su misteriosa ruta, de su misterioso ser… de su misteriosa
figura. No podía pasar una tarde más sin acercarse a ella y averiguar más, era
la última vez que la observaba desde lejos. La siguiente tarde saldría a su
encuentro.
Las ocho en punto y
Alex tomó su habitual posición tras los barcos aparcados, algo más desorientado
de lo habitual. Le pareció extraño que fueran ya las ocho y media y la
misteriosa mujer no hubiera dado señales de su presencia. Era tan puntual y
rutinaria que era imposible que faltara a “la cita” si algo grave no huebiera
pasado. No podía dejar el lugar sin averiguarlo. Y precisamente cuando estuvo a
punto de abandonar la zona, un coche pasó veloz por su lado…casi no pudo
distinguir al conductor, pero sí pudo apreciar que en el asiento trasero
viajaba una mujer, de hecho era ella sin duda. Imposible que hubiera cambiado
la rutina así sin más.
El dueño del bar de
enfrente, que estuvo observando durante estos cuatro días cómo ella salía y él
la seguía, le aconsejó olvidarse del tema, pues ella, hija de duques y de buena
familia (le comentó), estaba ya prometida…y había regresado a su país de orígen
para casarse, tras unos días de relax y de “despedida de soltera” en las islas
griegas. Él no podía creer que la había perdido antes de tenerla, pero no podía
darse por vencido porque mucho de estos matrimonios eran de conveniencia… y él
lo sabía. No podía tirar la toalla y tenía que encontrarla, para saber sus
verdaderos sentimientos.
Pasaron tres
semanas y, como no podía olvidarla y sabía que tampoco volvería a verla pasear
por la playa, decidió remover cielo y tierra para averiguar su dirección y
escribirla una carta como admirador anónimo…pero abriendo su corazón y
despertando la curiosidad de ella. Pasaron diez días, y no hubo contestación. Y
aunque dicen que los polos opuestos se atraen, era una locura que funcionara
así, en frío, si jamás se conocieron de verdad… ¿por qué la iba a interesar?
¿Qué podía darle él que ella no tuviera ya? Nada material pero sí todo
sentimiento y protección de por vida. Y así se lo intentó transmitir en las
siguientes 30 cartas que le envió, y jamás obtuvo respuesta.
En realidad ella
era más sencilla de lo que le habían hecho creer, historias y leyendas de
duques y reinas, simplemente para que no malgastara su vida corriendo tras
ella, cuando todo el mundo sabía que jamás obtendría respuesta. Y mientras, al
otro lado del Mediterráneo, una mujer en su humilde morada de la Toscana
dedicada toda su vida a coser para sacar algo de dinero y poder pagar los
medicamentos de su enferma madre y habiendo abandonado los estudios casi antes
de comenzarlos, empezó a dar clases de canto. Quería regalarle una canción a su
admirador secreto, y cada mañana ensayaba con el montón de cartas sobre la mesa,
ya que suponía que alguien que dibujaba tantos corazones en el papel perfumado
de seda no podía ser mala persona…
Fue una lástima que
no supiera leer, para conocer con exactitud los textos, saber lo que escribía
para ella abriendo el corazón cada tarde como nadie jamás habría hecho. Fue una
lástima que enviara su canción compuesta con la ayuda de Berta por correo
certificado un día antes de que llegara una última carta, esta vez de
despedida… cambiaría de domicilio y, tras cinco meses, lo daría todo por
perdido… eso le contaron a él, eso la contaron a ella. Y en la distancia surgió
el olvido, todo por comunicarse a través de terceros, que sólo supieron desviar
sus caminos, ahora manchados de malos entendidos…
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