¿QUIEN NOS REPRESENTA?



Son casi las 7 de la tarde. Dicen que uno de los pequeños placeres de la vida es poder sentarse a saborear un buen café, y más los días gélidos. Nada más acertado, está claro. Y mirando a través de la ventana reflexionar acerca de un panorama que nos creemos porque nos aseguran que estamos despiertos, que no se trata de un mal sueño…pensamos que somos afortunados de estar protegidos del frío, a diferencia de tanta gente que no puede esconderse de las gélidas y húmedas calles. Entonces miro el entorno del Café-Bar del Paseo de Recoletos, que abarca aquella muchedumbre enfurecida: unos discuten de deporte pegados a la pequeña pantalla de plasma y comentan las últimas jugadas sumándose a la afición roji-blanca, azul-grana…no lo sé, lo cierto es que no alcanzo a ver mucho más lejos de la barra desde mi taburete de madera que me eleva a la discreta mesita de centro que sostiene mi taza de porcelana y mis pastas de nueces blandas. Hace tiempo que dejaron de servir los pastelillos de nata, lo cierto es que se echan de menos desde que cambiaron de dueño. Mi cuerpo empieza a entrar en calor y comienzo a sentirme en medio. Otra vez esa división de entornos, esa partición de la sociedad que agrupa por colores a las masas con ansias de encontrar respuesta a los imposibles. A mi derecha, el ventanal que enmarca el paseo arbolado con su calzada en medio…hora punta, abarrotada de gente y tráfico que retornan de su difícil día a día. A mi izquierda, clientes, copas,  palabras en el aire que contienen conceptos vacíos de los principales temas de debate.

Las 7 en punto, ahora sí, y mientras la clientela discute de deporte, política, corrupción, paro y economía haciendo cruce de ideologías…a través de la ventana se divisa un coche de policía que recorre la calzada. Parece que están cortando el tráfico…y una vez más, cuatro agentes montados en caballos encabezan la multitudinaria manifestación con pancartas kilométricas que se viene observando desde cualquier esquina del barrio madrileño desde hace ya muchos años. Es un hábito ciudadano, como salir a comprar, a pasear, a correr o a merendar. ¿Son otra vez los indignados? O tal vez ¿Mártires sin futuro que jamás se lo han ganado?... muchedumbre enfurecida que reivindica una y otra vez derechos y verdades repletas de injusticias, a grito ahogado, que jamás se escucharán. Mientras unos abren la boca para chillar, los oídos de la potestad son tapados sin piedad.
En pocos minutos, la masa invade las principales arterias de la ciudad, y ante el murmullo y la mezcla de palabras y frases sin sentido que retumban en las paredes del local, la riada empieza a tomar las calles, sin rumbo… pero buscando un destino mejor que nadie puede cumplir aunque sí prometer desde lejos. Y mientras, oleadas de “meetines” al otro lado de los muros de los edificios oficiales cubren y matan los gritos de protesta y esperanza de la ciudadanía triste, solitaria, perdida y harta. Campañas tan rebuscadas sin escribir ni analizar para ascender al poder y velar por los intereses particulares e hinchar las cuentas en los paraísos fiscales que solo traen desgracia, poniendo a la venta humo e incertidumbre en idiomas sin frases, alimentando más la marcha enfurecida que tiñe las calles de lágrimas e indignación ante la cruzada prometida.

La reivindicación justa ciudadana sólo obtiene la respuesta desde el trono de “construiremos un mejor entorno donde la riqueza se reparta entre quienes manejan el poder, que para eso representamos. Luego así repartimos y así nos lo ganamos”. El resultado es una “verbalización” de la política (vacía de acciones como dice la teoría) entre quienes dicen “que pueden, que hacen o que quieren”, pero lo único que consiguen es alejar a la ciudadanía de la patria, que se une contra un líder desorientado e interesado. Ansias de poder arrebatadas que tornan en votos en blanco pidiendo la representación de uno mismo, eliminando la jerarquía y construyendo un nuevo Estado. Se cambian las tornas, gira la noria. El débil y el fuerte. Esta vez totalmente plano, sin líderes ni opresores que manejan lo generado por la honesta población que trabaja de sol a sol. Y a lo lejos, al grito de “manos arriba esto es un atraco” reclamando al unísono la propia representación, la elección del destino de cada uno. Porque ¿quién conoce mejor la propia felicidad que uno mismo y lo que más le conviene? Porque ya no quieren subirse a un barco que rema a la deriva en contra de los intereses populares, con capitanes corruptos y tiranos. Que no hace falta saber de leyes, política y economía si no se sabe de ética y honestidad para llevar las riendas de la ciudadanía. Que el fracaso del sistema no lo da el ignorante como dicen del barrio obrero, sino el que sabe de paz social…cualidad que no se encuentra entre aquellos que dicen que nos quieren gobernar. Porque nadie que dice que “tal vez puede o que lo intentará” podrá, porque el pueblo ya tiene sus armas para poder gobernarse a sí mismo, sin más armas que la ética y la honestidad.

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