SOLAMENTE ARENA
Y una vez más me levanté para no perderme ni uno
solo de los amaneceres de domingo, que siempre suelen tener la extraña manía de
aparecer cuando la gran mayoría de la humanidad se encuentra entre sábanas,
oscuridad y silencio contenido…para después dar paso a la luz y quedar en
olvido. Y a lo lejos, un mar en calma esperaba como siempre citarse con las
olas. Nada más apetecible que estrenar la arena dejando un sendero de huellas
con los pies descalzos que marcan rumbos, y a paso firme emprender camino dejando
atrás los veleros que jamás tocarán tierra, porque jamás dejarán de navegar, ya
que siempre encontrarán miles y miles de peces en el mar.
Me detengo un momento, espío sin que se note mi
reflejo y, en ese preciso instante, el escaso oleaje cubre mis pies y los tiñe
de barro y algas de color granate. Demasiado temprano para darme un baño.
Necesitaba encontrar el sol. Demasiadas nubes a mi alrededor. Me alejo de la
orilla y mi camino comienza a borrarse entre las olas que agitan la inmensidad
del océano. Se detiene por tanto el destino, porque necesitaba hacer una pausa
en la tarea de dibujar mi camino. Necesitaba encontrar mi espacio, aquel donde
el mar no me alcanzara. Entonces se me ocurrió otra manera de construir mi
futuro, sembrarlo y que pronto diera sus frutos. Y entre olas, tímidos rayos de
luz y brisas de norte a sur, empecé a crear un castillo en la arena. De esos
que muchas princesas aspiran a tener en sus propios cuentos. Y cada una de las
conchas que el mar me traería para mi obra, representaría un propósito para mi
nueva vida. Sería como inmortalizar momentos futuros, pero sin ayuda de la
fotografía.
Primero lo pensé, decidí el lugar, el tamaño, la
cantidad de columnas que sostendrían los pilares… los pilares del porvenir. Y
sin saber nada de arquitectura, el corazón y la lógica fueron mis únicas
herramientas de diseño y construcción. Tenía que tener una muralla, sin duda,
para frenar los males disfrazados de batallas sin tregua. Intenté encontrar un
trozo de imán (creo que mañana cogeré uno de aquellos que simbolizan viajes
colgados en mi la nevera), para atraer todo lo bueno que pasa cerca, las
oportunidades por ejemplo… todo lo bueno que cerca ronda pero que jamás llega,
ni se detiene sin atracción alguna. Entonces recordé los mares de mi infancia,
en mis días de vacaciones. Tantos y tantos castillos construidos, estrenando
cubo y pala. Cuántas veces ya me lo habían tirado otros niños y cuando no… las
crueles y enfurecidas olas. A pesar de estas experiencias, una vez más lo
intenté, esta vez más cerca del mar. Desafiando el destino, así sin más. Y sí,
el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra
(aunque yo diría que muchas más). Pero nunca hay que dejar de intentarlo.
Siempre está el que casi te lo pisa, pero en el último momento salta, o el
perro que pasa corriendo demasiado cerca para atrapar una pelota hinchable que
se desvía de su trayectoria. Pero al final… en el fondo nada lo derrumba.
Está casi terminado, sólo faltan las conchas de
los propósitos que he imaginado. Siempre me olvido de juntarlas antes de
empezar. Voy a buscarlas. Esta vez escogeré bien sus formas y colores. Vistosas
desde lejos. Pero cuando vuelvo, el castillo ya no está. El agua se lo llevó.
Las murallas tan altas y fuertes que había construido, resultaron ser sólo de
arena. Así es la vida, cuando uno tiene el castillo casi terminado viene una
ola y lo tira. Y uno se queda ahí, mirando al mar, con los adornos en la mano y
piensa: la próxima vez lo hago un poquito más lejos de la orilla. Quizás alguna
vez lo termine...
Comentarios
Publicar un comentario