Lisboa, 7:45am. Por fin. El misterioso desconocido del sombrero negro de copa. Siempre en aquella parada del mítico tranvía 28, sentado en el mismo sitio, a la misma hora. Con la cabeza agachada, discreto, clásico, conservador y culto. Fingía leer el periódico cuando nuestras miradas se cruzaban. Con amplia sonrisa, robusto y masculino. Una mañana perdió su sombrero tomando una curva, dirección al Castillo de San Jorge. Sus mejillas enrojecieron y su mirada, brillante y penetrante, se clavó en mis zapatos. Bajé ligeramente la vista para recoger el preciado objeto, que casualmente quiso llegar a mí. Me agaché a recogerlo. Tacones y minifalda. No dejaba de observar mis movimientos, sutiles y calculados. Prudente y coqueto. Me atreví a saludarle en aquel instante. El respondió con ligero tartamudeo, recogió el sombrero con un gesto de agradecimiento y retomó su lectura. Fingió ser tímido, era muy conservador. Le pregunté hacia dónde se dirigía, para r...