#microcuento

Las solitarias escaleras del hotel sin nombre recogieron su llegada improvisada. Eran más de las dos de la mañana, pero la luna no tenía prisa por marcharse pasada la fría madrugada. Su entrada triunfal en el hall sin recepción captó su atención. La melodía improvisada, que componían sus pasos de tacón rojo charol, rompió el triste silencio de la loca ciudad sin ley. Su mirada ahumada felina marcaba las reglas de un juego sólo existente para ella. Entonces él se levantó de aquella sala de espera, y siguió el rastro inconfundible de la cola de su vestido blanco hasta aquel tejado del s.xii. Y sobre aquella azotea de mármol, acero y cristal, el baile más largo jamás contado. Los besos de fresa marcaron un comienzo con aroma a venganza. Y desde lo más alto, el ruido más feroz jamás escuchado al dejar caer su anillo, haciendo saltar en mil pedazos un compromiso de oro, rubíes, sangre y olvido...

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