Y ME ATREVÍ


Y me atreví, a soñar con tu pelo y con tus labios. Me atreví un día, sin saber muy bien por qué, pero lo hice. Me lancé al vacío sin más cuerdas que tu argumento una noche de otoño cálida y lluviosa, cuando entendía que quien no arriesga no gana, en el sentido más positivo de la palabra pero, sin embargo, desconocía que se podía perder mucho también en la aventura. Enigma difícil de descifrar. Aunque sabía que el destino jugaba mis cartas por mí, y que las flechas nunca vencieron a las balas en las batallas reales. Pero yo nunca había presenciado ninguna, hasta que te cruzaste en mi vida. 

Y todo comenzó una noche cálida de otoño. Paró la tormenta a través de la ventana empañada de furia y rabia. Y con ella se detuvo el tiempo. Un tiempo que ya no marcaba el ritmo de un corazón desacompasado, desde hacía siglos. Y fuiste tú quien despertó de nuevo el instinto más primario y peligroso del ser humano. Entraste en mi vida y te quedaste mirando fijamente a través de una foto que decía poco, pero que significaba todo. Subiendo un beso a la red del destino para conecta dos mundos en forma de chat, enviando sentimientos de segunda mano que tardaban en descargarse. La insistencia y perseverancia como mejor tu mejor arma, el juego de la seducción y mi resistencia, como la más mortífera de las balas. Nos vimos atrapados en medio de una puerta a medio abrir, en la intimidad de la noche y una luna llena, como fiel seguidora que observaba de fondo lo que era un secreto.  

Ni entrabas ni salías, ni hablabas, ni sentías. Sólo mirabas desde tu foto sombría. Una mirada cálida y cautivadora, a la vez que vacía… era mi única compañía en las noches de otoño de un cuarto pequeño del que ya apenas salía. Mirada que lentamente se fundía con la mía; triste, confusa y sombría. Debilitada por el poder de la tuya. La guerra siempre comenzaba al caer la tarde, en el mismo sitio y a la misma hora. Quedábamos sin estar presentes. Batalla de miradas que siempre acababas ganando y que tenían siempre compensación. Tu anhelo, tu motivación por ver esa parte de mí que me resistía a enseñar, y que sólo contigo hice cuando la comodidad y las charlas amenas invadían un silencio con gritos de placer al otro lado.

Aunque eras tan sólo eso, un extraño que se posó en mi hábitat por accidente y casualidad, buscando desesperado a alguien a quien desahogar tu estrés, tus penas, tus aventuras y encontrar pasatiempo en tus breves huecos… te dejé entrar a mi vida, sin previo aviso, y sin compromiso. Sin obtener nada a cambio, más allá de ver cómo podía complacer a alguien solitario. Aunque no podía ver tus ojos, podía sentir tu mirada penetrante en un alma que albergaba tranquila y asustada. Aunque podía sentir tus manos perfectas sobre mi piel que se erizaba, sin llegar a tocarme, tu actitud en la distancia trasmitía brotes de electricidad descontrolada.

Y cuando la comunicación llegó a algo más que dos piropos en la nada, de repente una noche de invierno trasmitiste todo el calor que llevabas dentro. Prometiste cielo y tierra, un amor libre, platónico y aventurero, que recorrería el mundo entero por mar y aire sin rumbo fijo pero siempre de la mano. En definitiva, el universo sin cautelas que me enseñarías sin reparos. Tu interesante mundo, me decías. Y yo por supuesto, desde el aburrimiento del mío, lo creí sin creerlo. Y sin pensármelo dos veces me sobresaltó y el convencimiento y las ganas desenfrenadas de explorar nuevos terrenos. Me regalaste momentos especiales envueltos en cajitas de terciopelo negro a través de una luz que decía “escribiendo…”. Emoticonos que decían todo por fuera y sin contenido por dentro. Un pedacito de mi vida entera se fue volando con tus frases de canela. Tus mensajes como bombas de relojería azucaradas, que no tardarían en estallar entre mis manos confiadas.

Tú mostrando tu “yo” más oculto y astuto. Yo escondiendo mi ser tan abierto y confuso. La inocencia de unos ojos ciegos que sólo buscan refugio en palabras tan llenas de esperanza por fuera como tan vacías por dentro. Melodías acompasadas que formaban un ritmo perfecto y silencioso en medio de una pantalla. Yo aquí, tu tal vez allí… no sé dónde. Sin ubicación reconocida, pero siempre tan cerca de mí como tan lejos. A veces distante, a veces de hielo. A veces cercano y cariñoso de nuevo. Múltiples actitudes y personalidades que lejos de hacerme sospechar, me envolvían y enganchaban cada vez más a un teclado maldito… que acariciaba una mente tan audaz como inexperta. Palabras que daban sentido a distancias sin barreras.

Solos tú y yo, una chimenea sin fuego que sólo tú sabías encender, y una puerta en medio que sólo se abría de noche, para comenzar un juego que sólo era tuyo, y una ilusión que sólo era mía, por aquello que sé que no es cierto y que te empeñabas en hacer real desde lejos. Me hiciste apresurar mis sentimientos, arrojándolos hacia un vacío sin paracaídas ni vuelo, con el único soporte de mis sueños como colchón, donde tú siempre tenías el papel protagonista. Era la eterna canción que rayaba un disco que daba vueltas sin parar.

Me descentraste, me sacaste de mi rutina, me hiciste perder amistades que no apoyaban aquella relación ficticia. Te regalé mi tiempo, sin recibir a cambio más que palabras cada vez más inconexas. Me hiciste creer mil historias, sabiendo de antemano que era imposible extraerlas de los cuentos de hadas más perfectos, en los que hoy sé que tú albergas. Porque princesas somos todas, pero no todas habitan fuera de los cuentos, que contienen palabras y fotos que cobran vida en medio de una fantasía.

Y entonces me fijo en la pantalla cuando aún no estás conectado. Veo su luz y su magia. Releo las conversaciones, e imagino cómo sería tu mirada de verdad. Cómo sería tu mundo detrás de las estampas inconexas que me mandabas. Porque tú sólo te empeñabas en fabricar el nuestro, sin mostrarme el que ya tenías creado. Dos mundos paralelos en rincones secretos intentaban encontrarse sin éxito. Entraban en contacto en modo wifi. Y se iban a dormir cuando se acababan los datos. Quemaba, dolía, ardía el deseo cuando la luz se apagaba y el fuego de la chimenea comenzaba su función. Pero jamás moría la esperanza de saber más…algo más que lo que escondían las palabras en medio del silencio de ambas salas.

Cada noche, despertabas la magia en un mundo inventado, el tercero creado para habitar los dos juntos. Lo diseñaste como buen arquitecto a nuestra medida, perfecto. Como el hogar perfecto para ir guardando recuerdos, momentos especiales y sentimientos que iban naciendo. No era ni el tuyo ni el mío. Hasta que el mundo real nos encontrara a los dos de improviso, este era nuestro almacén de sueños. 

Me hiciste crear una lista de deseos anotando en un papel uno cada noche, que acabé creyendo posibles, al terminar las conversaciones cada vez menos frecuentes. El trabajo y el estrés, me decías. El estrés que me provocaba a mí sin embargo tus largos periodos de ausencia. Y es que cuando esa ventana se cerraba, me faltaba sólo una cosa en mi vida ya rota: el sentido completo que le dabas tú. Porque descubrí que aunque estabas conectado, ya no estabas sólo para mí al otro lado, como antes. Nuestros encuentros cada vez más fugaces y descoordinados. Tus señales tan egoístas como tu actitud egocéntrica, que me dejaba fría, y me impedía conciliar el poco sueño que me quedaba. Y mientras tanto, cuando tú seguro estabas con una copa en la mano mirando hacia un futuro en el que no estaba yo presente, mi maldita generosidad y confianza repartiendo todo de mí, esperando algo de ti que no llega a aterrizar nunca. Se quedaba siempre flotando en el aire.

Te esperaba y te esperaba, y tu sin dar señales de existencia. Un móvil desconectado a las 2 a.m. y un mundo en forma de wifi, ya fuera de rango. Un GPS que no localizaba sentimientos. Y una almohada empapada de lágrimas que no te merecías. Una chimenea que ya no se encendía y un paquete de sueños sin abrir todavía.

Sabía tanto y a la vez tan poco de ti… que me excitaba la idea tan sólo de pensarlo. Un escueto mensaje que alteraba el rumbo del tiempo cuando ya no contaba con saber de ti, sin embargo iluminaba mi oscura noche. Eran las migajas de un deseo casi apagado, que repartías por el suelo húmedo de sentimientos, cuando estabas sólo y necesitabas calor. Ahí seguía yo despierta, y agotada. Encendiendo mi estufa personal, que ya no calentaba a los dos. La ponía sólo para ti. Y cuando te calentabas con ella te marchabas a dormir sin despedidas. Sólo la señal de última conexión me hacía presagiar que ya no volvías. Y es cuando la ilusión se convierte en deseo y el interés en conveniencia, una falla crecía en nuestro mundo incoherente de frases inconexas.  Y es cuando el pasado se vuelve futuro, y el futuro incierto.

Mi vida dejó de tener presente si estabas ausente, para centrarse en un futuro que sólo tú sabías que no existía. Dos habitaciones separadas por una pantalla que casi nunca se iluminaba. Dos extraños que se conocían muy bien sin conocerse. Y como barrera, un elevado muro fabricado de miedo y desconfianza, que sólo podía derribar la curiosidad y el deseo de dos mundos que se rozaban sin llegar a encontrarse.

Y entonces un día me atreví, con el alma rota en promesas de cristal. Y por fin descubrí que no podías traer nada bueno a aquel mundo frágil y solitario, que creaste para los dos pero en el que sólo yo vivía esperando tu encuentro. Pero ya era demasiado tarde para dar orden de retroceso a mis sentimientos, que corrían como balas a encontrar tu alma ausente, egoísta y despistada. Y es cuando la vida se detiene en medio de un pasillo, y al final del mismo yace un corazón herido que jamás vendrán a rescatar. 

Y entré en un bucle de sentimientos incontrolado. Rozaste mi piel sin estar presente, sólo con palabras baratas de segunda mano que embistieron cruelmente a una esperanza nueva, inocente y asustada. Acariciaste mi alma sin hablar. Sólo el silencio separaba dos mentes que tardaban en conectar. Unas manos enfundadas en guantes de conversación disfrazada de cordialidad, que aún así me ataban a ti y me liaban en un mundo sin sentido para mí, perdiendo la razón por ti. Así de simple, te quería sin argumentos. Sin los argumentos que tu empezaste a marcas cada noche para seguir hablando. Yo ponía puntos suspensivos a los momentos para que las charlas fueran eternas. Pero tú empezaste a poner punto y final a tus frases, monosílabas e inconexas.

Y aún así me atreví a salir en busca de tu “yo” inexistente, que sólo habitaba en mi cabeza. Cuando mi corazón ya no me pertenecía, cuando apenas sabía quién era. Cuando te había regalado mi alma envuelta en papel de poesía de mil versos personalizados… Salí corriendo una noche a tu encuentro. Sin saber muy bien dónde te hallaría. Porque sin señales de ningún tipo sangraba y dolía la herida que me había hecho a mí misma, por empeñarme en seguir leyendo aquellas palabras vacías, que no escondían realidades, sino historias de películas.

Pero el no poder tenerte me mataba, y mi ser te esperaba pero mi corazón huía. Y más vale muerta en el mundo real que en la soledad en vida de un cuarto esperando cuentos de princesas, que mi corazón creía pero mi mente advertía. Dibujé la cita perfecta con tu mirada como protagonista, a la que jamás me invitaste. A ese mundo tuyo que jamás me explicaste. Al que tuve que imaginar y dar forma por mi cuenta, construyéndolo sobre frases inconexas. Sin más datos e información que los que corrían cada noche por una banda ancha de la red de móvil y tarifa plana.

Y cuando me dijiste que eras espía secreto entendí del Gobierno. Y cuando me contaste que eras arquitecto, entendí que de sueños. Y con los ojos vendados y con un corazón que miraba en detalle y destripaba cada una de tus frases para hallar la lógica a un universo que un día te inventaste para atraerme hacia tu “yo”…que resultó ser también imaginario.

Contraste de hipótesis en un lugar sin cita previa. Móvil en la mano con la última ubicación que me enviaste cuando dejamos de hablar, hace dos días, tras una fuerte discusión donde las palabras escritas ardían por una foto indiscreta que jamás me atreví a mandarte. Lo único que no me atreví a hacer contigo, la única frontera que no crucé por ti, y me costó tu ausencia y tu desgaste, y el destape de tu verdadero yo, de tu egoísmo. Pero es que a veces y a pesar de lo evidente, la confianza enloquece y se aferra al alma, sin lógica ni argumento. Sólo avalada en textos ocultos e imágenes seductoras, que hacen creer en que será perfecto lo que no existe en realidad.

Y allí me vi por ti, sola como de costumbre en medio de la nada, pues en realidad jamás estuve acompañada, en el número 22 de la calle donde me dijiste que estaba tu mundo. Y yo intentando alcanzarle olvidando el mío propio, e intentando acoplar como un puzle desgastado el que nos habíamos creado detrás de una puerta. Sí ese mismo, ¿te acuerdas? Ese en el que entrabas y salías a tu antojo, sin contar conmigo para nada. Pero que yo te abría y estaba en él presente, siempre que me llamabas. Ahí estaba, incluso cuando tú no le habitabas. Me atreví a encontrarte y tú no lo hiciste, a pesar de tu valentía y tu insistencia de darlo todo juntos… eso sí, detrás de una pantalla.

Doblé la esquina de mi corazón y la venda se cayó de bruces. Ya no éramos dos extraños con historias en común. Sino una princesa y un ladrón de sueños que decidió llevárselos para ser protagonista en otro cuento. Ni del tuyo, ni del mío… ni del nuestro. Y me di cuenta cuando sólo quedaba la sombra de alguien que nunca fuiste, pero que me hizo pensar que eras. Y ya no estabas tal y como yo te conocí, aunque jamás lo hiciera. Te manifestaste de otra manera mucho más real. Y en aquel instante, nuestro universo se convirtió en realidad, distando mucho del que habíamos inventado y construido juntos, ahora sé que con cimientos de barro.

Reducido hoy a sólo un recuerdo falso, en el que un día vivió una pareja de extraños con historias en común sin existir realmente, sólo en las mentes de dos corazones solitarios. Aunque el mío más que el tuyo pude deducir… cuando saqué tu foto entre mis manos para localizarte y el papel de deseos que me encargaste, y te vi cruzar la calle con otra mujer de la mano. Momento en el que nuestro mundo dejó de existir, el mío se esfumó contigo y tú, sin embargo, conservaste el mío, el tuyo y el vuestro… que hoy descubrí que no era inventado.

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