COSAS DE CORAZONES



Ese corazón está cerrado por reformas y ya no quiere ni salir, ni siquiera levantarse de la cama. Se queda ahí escondido en el desordenado cajón de la mesita de luz, justo entre las píldoras del olvido y el Ibuprofeno para el dolor…que poco efecto hace, pues el cuerpo está perfecto. No es fácil convencerlo, últimamente desarrolló ciertos miedos y nadie logra contradecirlo. Las largas noches y las frías charlas no funcionan con él, pues se ha cansado de responder y se ha cerrado en banda. Ya se le pasará, es testarudo y le cuesta volver a empezar cosas nuevas cuando no se encuentra con fuerzas. Ella reconoce que siempre tuvo un carácter cambiante, un tanto histérico y desconcertante. Incontrolable e incansable. La fuerza y la pasión siempre por delante.

Pero ahora no. Ahora se volvió caprichoso, pesimista, miedoso… pues se empeña en conservar secretos y viejas historias que agarra con fuerza aunque duela, sin pasar página. Nada le consuela. ¿Y ella qué puede hacer?. Intenta no escucharlo, salir sin él, no debatir con él, no escuchar lo que cuenta a través de gritos ahogados, silenciosos, sin sentido que ella intenta enterrar en el pasado. Ya no pasa las noches en vela escuchando sus latidos de angustia, ni intenta hacerle cambiar de opinión, ni comprender aquello que le asusta. Es tan complicado porque no existe razón lógica para frenar lo que siente ahora mismo. Por eso cada mañana decide salir con su vestido de gasa y su viejo sombrero de pluma, acompañada únicamente de su mente, que es más razonable, más fría, más sensata. Su compañera más fiel cuando el corazón le abandona e incluso le miente. Los impulsos son lo que menos le conviene tras una mala experiencia amorosa. Entonces no se va del todo sola, y deja ahí escondido el corazón cerrando con llave… porque se le ocurrió que alguien podría entrar a robarlo y seguro lo volverá a necesitar cuando su mente se aclare. Pero… ¿Quién se lo va a querer llevar así deprimido y sin rumbo con tantas cosas bonitas que hay en el cajón del olvido?.  
Y entonces, un día, se da cuenta de que no le va tan mal sin él, sin que sus latidos le acompañen cada día y le hagan perder el control y casi el sentido. Pero tampoco es cómodo sentir ese hueco que dejó vacío. También recuerda los buenos momentos que le hieron pasar, cuando estaba contento y era optimista, pensando que nada ni nadie le podía dañar. Así que nada de amor hasta que el corazón se anime a salir de su escudo de gasas y algodones, y mientras ella ahí sigue, dispuesta a esperarle, a esperar que se recupere, para no salir a la calle sin aquellos sentimientos que un día le hicieron comprender que sin él nada tiene sentido y que todo se puede perder, incluso la mente. Por eso, hoy regresó a casa con un regalo para él… de corazón de papel a corazón de hojalata. Y ella aquella noche comprendió que ya podía caminar descalza.

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