NOCHES AL SOL
Las 7 de la mañana retumbaron en mi cuarto
como un proyectil desviado. Entonces supe que era hora de dejar de dar vueltas en
la cama para comenzar a darlas por toda la casa…al menos dicen que eso quema
grasas. Y sin perder más de tres minutos en hacer la cama de aquella habitación
reformada desde el último adiós que dejó paso a frías e interminables noches, preparé
la meta de salida de mis vacías mañanas, aquellas en las que tras un buen café
de cápsulas (no tuve más remedio que tirar la cafetera tradicional, pues el café
comenzaba a amargar con demasiados recuerdos de haberla compartido), seguido de un
voluminoso libro de batallas (sin vencedores ni vencidos, de esos que te dejan
las historias a tu libre albedrío), llegaba ese pensamiento que parecía escapar
a gritos (pero que nadie escuchaba) por una boca que el paso del tiempo había
dejado sellada, pero que ya sin embargo no sabe callar, porque la razón le
obliga a exponer argumentos, para no dañar el alma por dentro… unos argumentos
que quedaron en el aire asfixiados por el monóxido de carbono que dominaba el
ambiente, escondidos en las esquinas de un salón ahora laberinto, sin nadie con
quien enfrentarlos para saber si eran adecuados.
Y mientras pongo la colada de los kilos de
ropa que traje de mi último viaje a Praga (de vez en cuando está bien
reencontrarse con el karma e invitarse a sí mismo a tomar el té, en el mismo
local en el que un día fue en compañía para pasar página), presiento que tengo
que pararla de golpe… ya que noto que empiezan a centrifugar los recuerdos que
desteñirán toda la ropa tendida en las cuerdas de la locura. Demasiada ropa
blanca y sólo una prenda de color rojo que me dijeron de llevar para que me
acompañara la suerte.
En ese mismo instante, me acerco al hall de la
silenciosa casa, confiada y convencida de que escuché los pasos al otro lado de
la puerta de madera blindada de desconfianza, el único muro que sé que ya nos
separa…porque el mundo ahí fuera es peligroso, experto en cruzar destinos que
agrietan corazones perdidos. Y a la par que me decido a abrir levemente la
puerta para asomarme a terreno hostil enemigo desde que dejaras tu cruel rastro
marcando camino en el felpudo del olvido, una rosa blanca asoma tímidamente
introduciéndose en el diminuto hall, único lugar testigo de peleas,
abrazos, despedidas, besos y llantos.
Pero es que ya me importa muy
poco todo lo que te pregunté sobre tu vida, aunque mi boca no pudo evitar
hacerlo sin mi consentimiento. Lo hice por lo que muchos intelectuales de hoy
en día llaman "buena
educación", y supongo que de tu parte habrá sido igual. “¿Qué tal todo?
Todo bien, bla bla bla…” Una cena de cortesía no hará daño. Pero, ¿por qué no
le puedo sostener la mirada?. Debe ser la primera cena en la que descubro que
mis platos son blancos, y que el mantel rojo tiene unos bordados de plata en
los que jamás me había fijado. De tanto mirar la comida hasta encontré verduras
con forma de corazón. A eso le siguió la disputa por quién levantaba los
platos, que nos encontró agarrando el mismo de un lado y del otro.
Después
el “juego de cartas” (sentados en el sillón de cuero blanco que permanecía
intacto desde aquel día en que la puerta de la esperanza se cerró para siempre
tras de mí), donde yo siempre guardo mi as en la manga. Así es como siempre llamábamos
a nuestras conversaciones, y en este reencuentro la estrategia seguía en pie,
en la gélida mirada, frágil y sostenida… con ansias desesperadas de ganar la
partida, que jamás llegamos a terminar. Demasiadas cosas quedaron sin explicar
sobre la mesa de poker al distanciar caminos.
Entonces
descubrí que si observas la mesa en lugar de los jugadores, ves cuando te
quieren hacer trampa, y que la sinceridad empaña las falsas esperanzas nacidas
desde el instante que la cadena del cerrojo dejó paso a un ramo de rosas tan
hermoso. Por eso entendí que los finales no son finales si no dejamos huérfano
a uno de los puntos suspensivos que tanto nos gusta poner en los relatos, por
no matar de raíz a un árbol que crece enfermo de cáncer desde que lo sembramos
en plena primavera del 74. Pero es que de valientes es decir que ya no quiero
estar contigo, no me interesan tus charlas envenenadas de promesas de felicidad
eterna, ni tus disculpas de tus días perdidos entre faldas. La química no se
puede negar, lo sé, es el único punto en que empatamos en el juego. El cuerpo
va por libre…pero las almas no están para jugar al “yo amo mientras tú engañas”.
Ya no me divierten tus chistes, no veo en tus ojos un futuro de noches en vela
sin tiempos que adviertan que llega el final.
Guarda
tus palabras para el diario que desencadenó la tristeza y márchate sin detenerte,
sin mirar atrás…porque jamás volveremos a coincidir en el mismo capítulo de ese
libro que redacto día a día, para no olvidar quién soy, y para convencer a mi
cuerpo de que también te deje libre. Márchate borrando huellas… Solo deja
conmigo la luz que desprendes que hace las noches oscuras cálidas y a la vez
tenues.
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