SERÉ TUS OJOS PARA QUE PUEDAS VER


Eran tan sólo las 6 de la mañana. La brisa suave acariciaba las cortinas que cubrían levemente las opacas ventanas de madera quebrada de un décimo piso de la Gran Vía madrileña. El sol asomaba dando los buenos días tímidamente. Y, como cada mañana, ese fuerte aroma a bollos recién horneados de la panadería más cercana despertó a Sarah. Jamás ponía el despertador, pues ya hacía años que apenas podía conciliar el sueño, o bien se despertaba en mitad de la noche abrumada con los recuerdos que un día truncaron su suerte.

El crujir de la cama indicaba que por fin se había decidido abandonarla y comenzar su día. Desde el balcón podían apreciarse las infinitas calles que daban camino a los transeúntes desorientados y apresurados por el estrés y la rutina diaria… incluso aunque fuera domingo. Un día más para la gran ciudad, despertarse, correr y volverse a acostar. Comercios abarrotados y hosteleros a la caza de cada turista que moderaba por un momento su paso para observar el espectacular color anaranjado del amanecer que resplandecía en el gran Edificio España. En ese momento, un escalofrío recorrió la mejilla de Sarah… la suave brisa se transformó de manera repentina en una ráfaga, que derribó el vaso de café y el móvil posado sobre la hamaca… y eso que el peso no podía ser mayor con 46 mensajes de whatsapp no leídos a sus espaldas: 20 del grupo del gimnasio, otros 24 del grupo de la facultad y… 2 de Daniel, por supuesto. Justamente lo que necesitaba para olvidar a Mario tras un año de separación, aunque ella no podía darse cuenta aún.

Lo cierto es que cosas peores se han visto, porque lo suyo terminó de una manera tan cordial y amistosa que a día de hoy… era incomprensible por qué no se pudo mantener la amistad. Tal vez demasiados recuerdos que evitarían avanzar en esa línea. El problema era que ella esperaba algo más, esa última conversación de cierre definitivo tipo “lo mejor es olvidarse el uno del otro” o “por mi parte cada uno por su lado”. Faltaron esas palabras que pudieron poner el broche final a algo sin cerrar… o al menos mal cerrado, porque ella seguía pensando en él cada mañana al despertar, antes de comenzar cada sueño y en cada uno de los espacios que compartieron. Ese adiós no quedó claro, por eso él seguía en su mente de alguna manera.

Daniel era un viejo conocido de su mejor amiga, a quién nunca llegó a conocer en persona pero quien desde la distancia siempre convertía todas sus penas en esperanzas. Y como no podía ser de otra manera, los 2 mensajes predestinados cayeron como agua fría de mayo. Un “hola q tal, quedamos?” Hicieron resaltar de nuevo las inseguridades de Sarah, que en el transcurso de las conversaciones mantenidas no podía evitar hacer paralelismos con Mario, demasiado presente aún en su día a día. Él también le dio calor y le proporcionó cariño y apoyo cuando perdió a su madre en el grave accidente que le dejó ciega. Y que finalmente terminó en ruptura 3 meses después de la boda. Lo supo desde que dejó de oír su voz templada que le acariciaba los párpados cuando apareció en su vida Sandra.

No podía hacer otra cosa que lo que le marcaba su corazón, no la razón, dejando esos dos mensajes como leídos sin contestar y bajando como cada mañana a pasear con su perra Donna y a comprar los antidepresivos que le ayudaban a conciliar el poco sueño que tenía y aguantar el día. Era triste pero así lo sentía. Estaba claro. Daniel parecía encantador, cariñoso, protector, atento y siempre positivo ante las dificultades. Pero Sarah era muy sensible y si algo le dejó Mario de herencia era aprender a desconfiar, a no volverse a ilusionar antes de tiempo, cuando aún el recuerdo le atormentaba por dentro.

Una vez en casa, el famoso mensaje de proposición sin contestar, que por un momento olvidó… ahora que empezaba a salir del pozo, estar tranquila sola, volver a vivir, volver a ver las cosas buenas para anteponerlas a todo lo malo vivido. No quería hacer daño a Daniel, estaba claro, pero salir tan pronto con alguien podría empeorar las cosas si no tenía cerrado su pasado, algo que solo ella podía afrontar. ¿Y cómo librarse de él? Seguir escondida entre recuerdos y cajas de antidepresivos le harían morir en vida… eso tampoco era justo para una chica de 33 años con todo un camino por delante. Nadie puede bloquear la senda ni las ilusiones de nadie, cuando se decide no compartir caminos… se metió en la cama a solas con sus pensamientos…dejando la luz del móvil que le avisaba de esos 2 mensajes pendientes que podrían cambiar su vida. Se dio media vuelta dándole la espalda y se durmió enseguida.

Pero por fin llegó el gran día, Daniel ya había perdido toda esperanza de conocerla, incluso había dejado de llamarla, de buscarla… de esperarla. Y el sonido de recepción de un mensaje de Sarah contestaba después de mucho tiempo los 2 enviados con la famosa propuesta de primera cita. Daniel no podía creer lo que leía, era Sarah… por fin contestó a su proposición. A Daniel se le iluminó la mirada, se le encendió una sonrisa…  que pronto tornaron en lágrimas. La decisión llegó tarde, demasiado tarde. Pero no podía perderse el instante que persiguió tanto un día para por fin ganarse su confianza.

En el último párrafo Sarah contaba su situación actual, tras confesarle que había sido una idiota tras haberle dejado escapar por culpa de su falta de ganas de comenzar a vivir de nuevo… que las inseguridades le habían bloqueado y que no le dejaban avanzar y caminar de nuevo hacia un futuro que podría ser muy feliz y prometedor, que la decisión de seguir viviendo estaba en ella, y que por fin se había dado cuenta pero que desafortunadamente se había decidido tarde por vivir… por la vida. Hacía dos semanas que empezó a sentirse mal y finalmente le habían detectado un cáncer terminal. El médico le había dicho que fuera optimista y luchara, que sacara fuerzas y continuara con la vitalidad y las ganas que le caracterizaban desde hace algunos meses, cuando por fin había superado la depresión y se había encontrado a sí misma. Pero la cruda realidad era que en verdad le daban 6 meses, y para ser realistas debía arreglar sus asuntos en este periodo. Si algo caracterizaba a Sarah era que siempre tuvo los pies en la tierra aunque fuera una soñadora.

Y desde la cama del hospital había comprendido que su asunto prioritario era contestar a ese mensaje que un día no tuvo valor de encarar… por miedo al rechazo, su ceguera como discapacidad, su debilidad y complejos por culpa de Mario…en definitiva su inseguridad. Estaba claro que se había equivocado, y había decidido empezar a vivir de nuevo demasiado tarde, la carta negra de su destino se destapó justo al día siguiente de obtener el alta en la terapia de grupo psicológica que le había sacado del supuestamente del pozo. Daniel no podía controlar el llanto ante la sinceridad y la honestidad con la que Sarah decidió abrirse ante él y confesarle todo en sus últimos meses de vida postrada en la cama del hospital, la misma habitación del accidente para su desgracia.

El problema era que Daniel estaba en EEUU. Ahora era uno de los mayores accionistas de una prestigiosa constructora americana, el trabajo de sus sueños, que aceptó cuando perdió toda esperanza de encontrarse con Sarah, dando un giro radical a su vida para olvidar, alejándose de todo, de los recuerdos desprendidos por las emblemáticas calles madrileñas. Pero sin embargo no lo pensó dos veces antes de despedirse de su esposa y su hija de 4 meses. Cogió el primer avión disponible a España con el fin de cerrar una etapa, conocer a la mujer que un día amó en la distancia y que, como pudo comprobar, ella también tuvo siempre presente en su proceso de estabilización sentimental. El vuelo más largo de su vida sin duda, cargado de incidentes de última hora y retrasos, no impidieron que se plantara en Madrid – Barajas un frío 20 de Enero, aún con los residuos de la navidad en el ambiente.

Pero Sarah ya había dejado de escribirle, las últimas noticias fueron que estaba recibiendo quimioterapia, que estaba algo más recuperada, con más fuerza y más esperanza. Su familia quería que sus débiles manos pudieran tocar a Daniel por si acaso era la última vez, siendo conscientes también de que él había rehecho su vida, pero sólo él era el responsable de su cambio de actitud radical, y de haber recuperado las ganas de vivir cuando tan sólo tres días antes de saber la fatal noticia, había decidido conocerle. Era el momento adecuado, pero dicen que la vida no espera, y qué mejor ejemplo de ello. La familia Madson le tenían un gran respeto y admiración por la ayuda, cariño y apoyo prestado a Sarah. Sólo él consiguió sacarla del pozo desde la distancia y no las caras y frías terapias. Y él hizo el esfuerzo por ella… estaba hecho un lío. Tenía miedo de reencontrarse con ella y sentir lo mismo o incluso más que años atrás le hizo enamorar de ella. Pero tenía que estar presente en tal vez la última oportunidad para cerrar… o abrir algo.

Entonces recogió su maleta de facturación y cogió el primer taxi sin dejar de mirar el móvil. Nada, sin noticias por el momento de Sarah. Ni buenas ni malas desde hace dos días. Seguramente ella no se esperara esta reacción, su aparición…y dejó de insistirle más allá de informarle. Pero así mejor, sería una sorpresa. Se lo debía por haber dejado de luchar por ella sabiendo su situación. Él tampoco diría nada. Solo y en silencio detuvo el taxi dos calles antes de la llega al hospital. Quería caminar, que le diera un poco el aire… y entonces comenzó a cruzar apresurado entre las veloces ambulancias, las luces y sirenas desamparadas. Por fin la puerta principal, abarrotada de enfermeras de turno en su descanso y familiares angustiados por las largas esperas sin noticias. Las salas de relax se habían convertido en algo insoportable para vivir ciertos momentos desde ahí.

Y al final de un largo pasillo de luz fluorescente inundado de camillas sin enfermos y carritos con medicamentos sin rumbo fijo…  llegó el momento de dar el dato en la recepción para encontrar a Sarah. Sabía que de vez en cuando le daban el alta para estar en familia, cambiar de ambiente, aunque no dejara de recibir tratamiento… ¿sería este uno de ellos o estaría esperando su destino en la cama de la 2906?.

Entonces despertó con el brusco ruido del despertador del hotel de Gran Vía, 22. Desorientado miró por la ventana… estaba lloviendo. La gente corría apresurada a coger el metro y los turistas intentaban refugiarse en los comercios. Hoy era el día, no aquel. Hoy era el día en el que por fin la iba a conocer, coger sus manos, tocar su piel y susurrarle en silencio aquellas palabras que jamás pudo decirle en persona porque ella quitó tarde sus barreras. Se miró una última vez al espejo, como lo hubiera hecho hace 2 años. Anudándose la negra corbata, salió por la puerta. Llegó al destino, al lugar de la cita, saludos a los familiares y cruce de palabras. Y antes de cerrar el ataúd, una rosa blanca entre las manos, un beso en la frente y el último mensaje impreso en papel que quedó pendiente:

“Siempre te amé y siempre te amaré. Y allá donde estés, seré tus ojos para que puedas ver la estrella en la que un día estaremos juntos. Y sólo te pido a cambio, allá donde estés, por favor, te toca a ti esperarme, por favor, igual que yo te esperé…para al final encontrarte. Porque así cumplí mi promesa. Llegué tarde, lo sé. Pero al final te conocí y pasó lo inevitable, y lo que me temía. Que de  ti me enamoré…”
           

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