CON LOS 4 SENTIDOS

Le encantaba tocar el piano. Adoraba la música. Era ciega.
No sabía idiomas. Sin embargo, un día se emocionó al escuchar una canción
acapela en inglés.
Corría el año 1972. Alicia no era como todas las niñas de su
edad. Ella no jugaba con muñecas, ni saltaba a la comba en el jardín de su
casa, ni quedaba con las amigas para montar en los columpios del parque de su
barrio. Su infancia resultó ser un tanto más amarga. Cada mañana preparaba su
mochila para acudir al colegio, no sin antes bañar y dar de desayunar a su
abuela Dorothy… quien ya a duras penas podía reconocerla salvo en aquellos
escasos instantes de lucidez. Ambas vivían juntas en la casa rural de
Northville City, desde el brutal accidente que costó la vida a sus padres en el
verano de 1969 a la vuelta de unas vacaciones en familia. Y en todo momento se
entregó a ella, en cuerpo y alma, para evitar que fuera a un hogar de acogida
tras la tragedia. Le proporcionó un modesto hogar y una familia, mucho más que
cualquier niña podía necesitar. Y hoy, era lo menos que podía hacer Alicia por
ella… devolverle el favor de todos estos difíciles años, en los que sólo se
tenían la una a la otra para sobrellevar la angustiosa pérdida.
Demasiado complicado para una anciana de mente perdida y con
estragos de un pasado difícil de borrar, en una memoria rota que aquel día lo
eliminó todo, llegando a convertirse en un único pensamiento ausente y marcado
por la locura. Todo excepto el dolor de aquella imagen del fatal accidente, que
desafortunadamente fue de las pocas que hoy lee su frágil mente, por quedar
bien gravada y anclada para la eternidad.
Había sin duda sucesos imposibles de olvidar para una mente
enferma como la de Dorothy, pero el cariño y la atención de Alicia lo hacían
mucho más llevadero, e incluso una sonrisa era señal de pensamientos más
alegres y frescos en un entorno hostil y amargo. Las pesadillas eran
recurrentes a media noche, y el médico decía que el trabajo psicológico que
podían desarrollar era incompatible por aquel entonces con la enfermedad
degenerativa y una mente tan dañada como la de la abuela Dorothy.
Pero Alicia jamás se rendía, y cada noche tocaba el piano
junto a la cama de su abuela, con su mano entrelazada a los dedos de un cuerpo
en el que un día habitó una mujer fuerte, enérgica y optimista… hoy vacío por
completo de lo que quedaba de ella.
Demasiado joven para esclavizarse a una vida que nadie
hubiese elegido si volviera a nacer; una niña con futuro prometedor y lleno de
planes empañados hoy por el propio destino. Una vida dedicada a Dorothy desde
que enfermó, día en el que se cambiaron las tornas, y las escapadas y salidas
de ocio con amigos se cambiaron por la total entrega a la mujer que salvó su
vida cuando se quedó huérfana. Incluso las clases semanales de piano eran
motivadoras para Alicia, para hacer llegar la música a aquellos oídos casi
sordos, que sólo escuchaban los gritos de angustia de una hija que perdía la
vida en el asfalto a causa de un taxista borracho.
Sin embargo, Alicia no lo hubiera cambiado por nada. Podía
compartir su pasión por la música con la persona más importante del mundo para
ella. Tuvo que abandonar los estudios muy temprano para seguir pagándose las
clases de piano, que tan feliz le hacían a su abuela, y cuyo estímulo era el único
al cual respondía últimamente. No faltaba a sus clases cuando salía de trabajar
de la cafetería del hijo de una prima de su madre. El nuevo empleo de camarera
junto con la pequeña pensión de la abuela les permitía ahorrar para ambas e ir
tirando y defendiéndose ante las adversidades. Pagar las facturas y los medicamentos, y
ahorrar para algún tratamiento complementario o alguna avería o imprevisto en
el hogar. Pero para Alicia, era agradable saber que el mísero sueldo lo
invertiría en reducir el sufrimiento y aumentar ligeramente la felicidad de su
abuela, trayendo cada noche a su cuarto las modestas melodías aprendidas en
las clases de música.
Felicidad que resultó truncada la madrugada del 20 de
diciembre, cerca de las fiestas de Navidad y a punto de cumplirse el tercer
aniversario del fatal accidente. Alicia nunca se perdonará haber salido ese día
con unos antiguos compañeros de colegio a celebrar el cumpleaños de uno de
ellos, después de casi 2 años sin verles. Siempre ponía excusas para salir, desde la
reunión del consejo estudiantil para elegir delegados en la academia musical no
había vuelto a asistir a eventos de grupo en el que podía relacionarse con
gente joven como ella. Últimamente las visitas a hospitales eran mucho más frecuentes en su vida.
Harry no dejó que llegara a casa sola, le acompañaba siempre
desde que se conocieron en el colegio, y le dejaba en la misma puerta de su
casa… y esta vez no iba a ser menos. Aparcó su coche en la acera junto a la
casa y despidió a Alicia con un suave beso en los labios. Algo que se atrevió a
hacer por primera vez. El destino separó sus caminos el día del accidente y
jamás pudo declararse.
Y fue justo antes de girar la cerradura cuando Alicia notó
como una gran humareda se deslizaba bajo la puerta desde el interior de la casa. Un humo
espeso y tóxico envolvía las paredes tiñiendo de negro un futuro ya incierto. La abuela
estaba dentro. Aún no podía comprender lo que estaba pasando. La puerta estaba
atascada y la humareda no dejaba divisar nada a través de las opacas ventanas de madera quebrada. Alicia
golpeó la puerta con fuerza, llamando a su abuela desesperada, suplicándola que
se acercara a abrir la puerta. No hubo respuesta. Harry ya se había marchado y
se dio cuenta de que se había dejado el bolso con el móvil en su coche. Una vez
más, la tragedia la perseguía. La desesperación aumentaba por segundos. Su
abuela estaba atrapada en medio de un incendio desatado en casa.
Un altar de velas improvisado rodeado de flores y fotos de sus padres instalado en un inoportuno momento de cordura de la abuela fue la causa. Un cable suelto junto a la ventana desató la tremenda explosión. Todo estaba envuelto en llamas y la tragedia se respiraba desde el otro lado de la puerta. El infernal homenaje costó la vida a Dorothy aquella misma mañana, y a Alicia le comunicaron horas después que había perdido prácticamente toda la visión mientras se recuperaba de las graves quemaduras y de la inhalación de humo en el hospital de Hudson. Fueron 6 duros días de shock rodeada de amigos y compañeros, en los que apenas consiguió reaccionar y encajar lo sucedido a pesar de las muestras constantes de calor y afecto recibido por todos ellos.
Un altar de velas improvisado rodeado de flores y fotos de sus padres instalado en un inoportuno momento de cordura de la abuela fue la causa. Un cable suelto junto a la ventana desató la tremenda explosión. Todo estaba envuelto en llamas y la tragedia se respiraba desde el otro lado de la puerta. El infernal homenaje costó la vida a Dorothy aquella misma mañana, y a Alicia le comunicaron horas después que había perdido prácticamente toda la visión mientras se recuperaba de las graves quemaduras y de la inhalación de humo en el hospital de Hudson. Fueron 6 duros días de shock rodeada de amigos y compañeros, en los que apenas consiguió reaccionar y encajar lo sucedido a pesar de las muestras constantes de calor y afecto recibido por todos ellos.
El funeral fue sencillo y emotivo. El 22 de diciembre de 1972. En una
pequeña capilla a las afueras del pueblo rodeada de árboles y vegetación, y la simple
melodía de un pequeño afluente cercano, donde un día se dieron el “Sí, quiero”
sus padres, con los escasos familiares y todos los amigos de Alicia rodeando el
féretro de Dorothy en el altar, presenciando aquel último adiós, teniendo como
protagonista tan sólo un piano blanco de cola dirigido por la joven ahora invidente, quien
entonaba e interpretaba en silencio y enfrascada entre aplausos y llantos
sordos la canción favorita de Dorothy: “I will wait for you”.
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