EL ÚLTIMO TRANSATLÁNTICO
Y me asomé al balcón de tu mirada… pero era demasiado tarde, y ya no estabas. Pero al final sólo quedó un “te quiero” sin expresión. Nuestras miradas se cruzaban cada mañana en la misma calle, en la esquina de Bown-Hand Street. Tu mirada era transparente y punzante, aunque opaca al mismo tiempo, y atravesaba mi cuerpo como un destello sin rumbo: traspasaba mi ser, como si no existiera. Tus ojos veían a través de mi alma. Podía notar tu frío recorrido hasta que se desviaba hacia el horizonte que enmarcaba la Plaza de Brandson-Square. A la misma hora, nos deteníamos en el mismo kiosko a comprar el periódico, con el mismo tipo de café en la mano. Del mismo aroma y de la misma marca. Es lo único en lo que no coincidíamos. Tú lo comprabas a las 08:05h de la mañana, y yo a las 8:35h pasadas. Mi academia de arte está justo al girar la esquina de la calle Patinson-Road Street, la pequeña avenida que atraviesa y rompe la sintonía del viejo barrio con el ambien...