TRAYECYO SIN RUMBO


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¿Cómo imaginar que un punto de encuentro podría convertirse en el inicio de un viaje a ninguna parte? Efectivamente suele pasar cuando sales con prisas de casa y te dejas la suerte tirada encima de la cama. ¡Hoy me explico por qué mi bolso pesaba menos que de costumbre!. Y es que jamás fueron fáciles aquellas despedidas que ponen punto y aparte a las tardes amenas, agradables, cargadas de energía positiva en buena compañía y que, sobre todo, proyectan ilusión hacia nuevos proyectos en tiempos difíciles, a través de sabías reflexiones y palabras motivadoras.

Pero como todo lo que empieza debe de acabar, toca volver y regresar a casa. ¡Qué rápido pasa el tiempo si es valioso!. La locura se desata y todo el mundo busca su madriguera al final. Transeúntes deambulan sin rumbo para encontrar un destino que está aún por diseñar. Viajeros que comienzan su merecido descanso se cruzan con aquellos que regresan de una jornada de duro trabajo. Maletas, billetes, besos y abrazos…de esos que marcan finales y reflejan nuevos comienzos… dicen que más verdaderos que los que presencian los muros de las iglesias.  

Y mientras tanto, en un segundo plano, al fondo cruzando la fría frontera de los tornos, el cartel luminoso que anuncia “Guadalajara: Tren Corto”. Cuenta atrás. Cuatro minutos antes de embarcar en el vehículo de nunca jamás. A punto de comenzar “la aventura”. De momento todo correcto, protocolos cumplidos. Todo normal. Pasajeros amontonados esperan su turno para subir a un tren sin destino ni dirección clara. Al fin y al cabo, los recortes afectan a todo lo que se mueve y la información brilla por su ausencia. Panel que marca estaciones rutinarias alcanzadas supuestamente tras el último minuto de suspiro.

Maldita sea… ¿Cuándo bajé la mirada?. Supongo que la milésima de segundo al colgar el teléfono.  ¿Cuántos pensamientos y reflexiones pueden pasar por la cabeza en un minuto mientras el rótulo recorre la pantalla a las 11:30pm? Parece que unos cuantos, sí. La clave es repasarlos todos para filtrar y dejar que los pensamientos tóxicos mueran de agonía en el andén, para tomar impulso y olvidar justo antes de coger el tren. Siempre asalta la misma duda... ¿Por qué el último vagón? ¿Será el de la suerte? Aquel donde la gente acude como a la llamada del ejército y se reúne en busca del calor de aquellas miradas extrañas y desgastadas por el paso del día. Gente llama a gente, y gente llama a agobio, eso está claro.

Nuevamente el panel inicia un desenfrenado recorrido mostrando la habitual sopa de letras: El próximo tren destino Guadalajara va a efectuar su parada. Las palabras se apagan y asoman las lucen que anuncian la llegada. Una sutil ráfaga de viento corta el filo del tiempo. Y como es habitual, siempre se detiene dejándote en medio de dos vagones. Parece fácil buscar el sitio adecuado que coincida exactamente con la puerta, pero no es tarea fácil… hablo por experiencia.

Todo ok para partir. Las luces del vagón absorben la oscuridad exterior. Se la bebe de un sorbo y palidece. La desorientación está servida entre cristales opacos y rallados con jeroglíficos que nadie comprende más que su autor, si acaso. Entre corazones y letras, competencia pura y dura para coger asiento en primera fila como si fuéramos a presenciar la Champions league. Empezar el viaje con tu iBook y terminar leyendo el del vecino, confundiendo tu codo con el del viajero de al lado. Primeras estaciones, tren abarrotado… típico del trayecto a casa. Buena música para intentar disfrutar de los veinte minutos que quedan por delante… veinte eternos minutos que indicaban que algo no iba bien. Sin señales de destino ni megafonía, te haces pequeño en aquel tubo del tiempo. ¿Paradas? Indescifrables. ¿Destino? Inimaginable. Y como una de las virtudes de este medio de transporte es su rapidez, como te hayas confundido de línea acabas dando la vuelta al mundo entero en segundos como Willy Fog.

Levantar la mirada a una de la engañosas pantallas de publicidad que camuflan estaciones con artículos de ocio y deseo, y empezar a creer que algo va mal cuando de repente aparece “Aravaca”. La confianza ciega del último vistazo al luminoso que indicaba “Guadalajara: 1 minuto” hace que no puedas creerte lo que ves, no quieras asumirlo o simplemente no reacciones por el aplastante convencimiento de una dirección atinada. ¿Será parte del display publicitario?. Apagar la música y que el silencio invada la estancia. Vagón ya vacío con rumbo a la nada. El tubo del tiempo amenaza con cambiar la ruta previamente anunciada. Poco a poco empiezas a ser consciente y el calor te invade rompiendo la sintonía del aire acondicionado. Paradas ocultas en la noche y de recorrido eterno.

Doce de la noche y último tren con destino erróneo. Esa es la conclusión más razonable que costó reconocer. Del Centro Madrileño a Villalba sin más, en un abrir y cerrar de ojos. Cambiando los parques y las calles ambientadas de las zonas más chic y bohemias de la capital, que marcan la ruta de los vinos y las buenas charlas, por la soledad de los campos de la fría Sierra madrileña que amenaza con perder la conexión con las vidas ajetreadas y las almas que buscan diversión y desenfreno.

Pozuelo, Las Rozas… la cosa se pone sería, así que definitivamente hay que abandonar. Hoy no es mi día. Mientras mi mente susurra por detrás que no cunda el pánico, que no es tal para saltar por la ventana...  al menos es la C7 circular, volverá a Atocha, seguro… ¡pues no! ¿Este tren a dónde va? Volver a Atocha parece misión imposible teniendo en cuenta que son las 00h y ni metros ni trenes a mano. Única alternativa que da un chaval muy majo: los búhos (que no los pájaros). En ese momento, o lo ves o no lo ves. Y son momentos en los que va a ser que no lo ves.

Buscando el instante para bajar y hacer un aterrizaje de emergencia (menos mal que no pilló en un vuelo a América) y las estaciones cada vez más espaciadas avanzan atravesando monte (por llamar de alguna manera a la oscuridad). Momento en el que decido poner fin a la aventura (eso pensaba yo) cuando un leve destello en el cristal intuye Torrelodones. Una Estación de película de cine de terror, literalmente. En medio de la nada, campo a través, sólo vías que marcan un camino hacia ninguna parte. Hall totalmente deshabitado. Obviamente, no son horas ni para los famosos búhos recomendados. Escaleras de túnel del terror en un Parque de atracciones que conducen a un andén en el que parece reflejarse la salvación con el cartel luminoso anunciando de nuevo “Atención: tren Corto”, esta vez hacia el punto de partida…. 13 min Atocha. Parece el último tren Salvador fuera de hora, ¿por qué no? Pues no iba a ser tan sencillo, claro. El marcador sin correr maratón. Parecía que el tiempo se había detenido, allí en medio de ningún sitio a 40 km de Madrid, de madrugada, sin gente ni rumbos fijos. Nada de civilización alrededor. Cuenta atrás falseada. Panel inmóvil como mi esperanza.

Un coche de policía patrullando alerta de que la soledad no es tan infinita como se presagiaba. Efectivamente, hay vida después de la nada. Un Cuartel de la Guardia civil enmarcaba el pintoresco lugar sin luces, ya preso de las sombras que envolvían la noche. Incluso la Luna faltó a su cita nocturna habitual para alumbrar y hacer compañía a las almas refugiadas. Cada ruido aumentaba el eco del silencio en un entorno tan hostil como esperanzador… pero ese último tren jamás llegó, y sólo un coche blanco fue la salvación. Porque todos tenemos un ángel a nuestro lado.
 
Pot fin, de camino a casa sana y salva, curiosamente me di cuenta que mi billete no tenía ningún destino impreso ni ningún viaje marcado. Y mientras me alejaba del camino hacia la nada, pude observar el paso de un tren sin pasajeros con la misma dirección, a través de los cristales ahumados del vehículo que me rescató.
 
MORALEJA: EL DESTINO NO ESTA ESCRITO PARA UN VIAJERO CON BILLETE FIJO. DESCONFÍA SIEMPRE DEL TRAYECTO Y CONTRASTA TU DESTINO ANTES DE DISFRUTAR DE LA EXPERIENCIA DE VIAJAR (SOBRE TODO, SI TIENES QUE MADRUGAR AL DÍA SIGUIENTE). QUEDA DICHO.

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