YO, ME, MI, CONMIGO


Resultado de imagen de muñeca de porcelana rota

















Cansada de jugar con muñecas, acabó siendo una de ellas.  Le compraron un día en una casa de muñecas. Dicen las malas lenguas (muchas de ellas hoy muertas) que en el Paris Moulin Rouge. Ahora vive en una preciosa casita dentro de una mansión de estilo victoriano, de la que no puede salir si no la sacan. No le falta detalle a su mini-mundo de fantasía.

Viste volantes y sedas, pero su piel de porcelana no se eriza con el tacto de la tela, ni se estremece cuando la tocan o la besan. Una muñeca de porcelana que tiene un mensaje de voz grabado y atornillado a su espalda. Que siempre repite de forma mecánica. Posee una mente trasparente, pura y coqueta… que grita mientras calla. Habla, pero nunca dice nada. Vive en un infinito cercado en cristal. Vulnerable y pequeña, puede ver todo a través de la repisa del inmenso ventanal de madera, que da a un patio sin eco ni vida, pintado del color del silencio, y marcado por las huellas del paso del tiempo, que parece querer trepar para escapar del desconcierto. Sin embargo, ella tiene un don. Puede ver a través de las cuatro paredes que la rodean y vigilan, y sabe que nada se acaba más allá del horizonte porque existe el infinito, aunque no puede traspasarla. Detrás sigue habiendo esperanza que aguarda un reencuentro. Escapatorias frustradas.

Dicen que es todo sin ser nada, y que sólo existe en los juegos de otros, que a veces la piensan sin tocarla. Juegos de niños mimados y perdidos que quieren recrear el clásico juego de muñecas, de princesas, príncipes y castillos, siempre con finales felices que se vuelven trágicos, por ser un cuento de nunca acabar en el que la muñeca deja de ser protagonista y se vuelve objeto. Y arriba en la habitación, perfume de Channel se mezcla con gotas de alcohol y pequeñas dosis de triunfo y despotismo que llegan hasta el ilustre salón de cortinas ahumadas y luces de seda.

Pero cuando el espectáculo termina y se cierra el telón, su mirada sigue reflejando un hilo de vida. Vuelve a su urna de cristal. Fría y vacía en medio de la inmensidad. Se encierra en sí misma hasta la próxima función, en la que hace tiempo dejó de ser protagonista. Su mayor temor es caer al suelo por si se rompe y sabe que un día, cuando su belleza desaparezca, será ella la que de miedo de verdad, convirtiéndose en un siniestro juguete roto para toda la eternidad.

Pasa días enteros durmiendo, enfrascada en sí misma y en sus inertes pensamientos, como en el sueño de los difuntos, sin sueños. A veces parece estar muerta en vida. La luna es su única compañera, confidente y amiga. Mientras refleja tímidamente un rostro que llora, sin tener expresión de tristeza, penas o alegría. Y un gato negro que merodea por el tejado de tejas corrompidas por la humedad de la noche y de un amanecer sin esperanzas, le hace también compañía… hasta que empieza de nuevo el juego y se viste con sus mejores galas para ello, pero no le sirven de nada porque acaban rotas, desgarradas y tiradas por el suelo. Y cuando se despierta, sueña al menos con ser de carne y hueso y no de porcelana. Porque cuando comienza el juego, ella nunca sangra cuando la hieren. Ya no. Tampoco llora ni sonríe cuando la tocan y la llenan de cálidos y fríos abrazos. No sabe sonreír porque jamás le dibujaron una sonrisa en su boca, ni una ilusión en sus ojos color zafiro.

En la oscuridad de su alma y en la profundidad de su mirada, existe un pozo sin fondo donde parece perderse todo lo que arroja la noche. No sabe si algún día ese pozo terminará por llenarse o si, por el contrario, el agujero negro es insaciable. Y se tragará todos sus anhelos sin haber sido alguien en esta vida de fantasía. Sin haber tenido vida propia, simplemente viviendo de forma grotesca para el disfrute de otros, como mero objeto de placer sin rumbo y sin nombre propio. Identidad marcada por las etiquetas del ayer, que hoy recorren toda su piel blanca y de fina porcelana. Tatuajes de desconsuelo tapan las heridas que no llegaron a sangrar. No busca, porque no sabe que puede encontrar. Simplemente observa y espera a que otros guíen su camino y dibujen su día predecible, marcando un disfrute ajeno a ella. Se deja hacer porque entiende que ese es su destino.

Ha oído hablar del viento que despeina a los árboles y conduce a los ríos, pero jamás lo ha sentido en sus carnes. Sus tirabuzones rubios siempre están perfectos a ambos lados de sus orejas, con un inmenso lazo rojo que sujeta su rebelde flequillo de seda. Se puso triste hace mucho tiempo, el día que comprendió lo que era, pero no supo no serlo. Era demasiado tarde para salir de aquel pozo negro. Y se dejó arrastrar por una pesada melancolía que se asoma por sus ojos cada vez que los abre y siente el roce de miles de manos que la poseen de forma ausente. Y así, sabiendo lo que es y sin saber no serlo, la muñeca de porcelana espera escapar un día de los brazos de quien la peina, abraza y besa. Y entonces llegará el día en el que se cierre el telón para siempre y sólo entonces podrá dejar atrás sus complejos. Y sentirse mujer siendo ella misma. Libre, independiente y bella.
 
 

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