DELANTE DEL OBJETIVO

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Estaba esperando el momento perfecto. Lo vi pasar por delante de mí y se esfumó como el viento. Sólo me quedaban fuerzas para recordarme a mi misma que dejarlo no era una opción. Seguía atrapada en aquel bucle de pensamientos que no me dejaba avanzar. Abrí el baúl y empecé a ordenar. ¿Y si de repente nos encontráramos con un patrimonio millonario procedente de la persona que menos imaginamos?.

Mientras hago las maletas empiezo a pensar en que de verdad las apariencias engañan, y mucho más cuando uno se ve sólo en una ciudad extraña alejado de la rutina y tus círculos de confianza. Me ocurrió un verano cuando fui a realizar mis prácticas en Brooklin. Acaba de terminar los estudios de diseño gráfico, y me disponía a realizar un máster en fotografía digital. Siempre me había gustado ser reportera gráfica y poder captar aquellos momentos indescriptibles con palabras, en lugares remotos y olvidados del mundo.
Desde muy pequeña me encantaba la fotografía y captar imágenes de paisajes, y sobre todo instantes de las vidas cotidianas de extraños a mi alrededor que enseguida se volvían familiares para mí, en una ciudad perdida en la que sólo ellos daban sentido a un tiempo que se perdía entre lentes e instantáneas que narraban momentos sin balbucear, con mayor precisión que todos los libros de historia juntos. Blanco y negro, tonos sepia y ocre desgastado… nunca olvidaré aquel verano de mi 18 cumpleaños, en el que mi abuelo me regaló mi primera polaroid. Entonces supe que tenía que rentabilizarla montando un  pequeño estudio fotográfico en el garaje de la casa que compartía con Ana, mi compañera de universidad y de la vida en aquel mágico barrio a las afueras de Brooklin.
He de decir que las técnicas tradicionales de fotografía me entusiasmaban, tan naturales como expresivas, pero sabía que tarde o tempano tenía que adaptarme a los nuevos tiempos para hacer carrera profesional en este mundo tan fascinante como competitivo. Y tras ahorrar con las ventas de algunas de las fotografías enmarcadas en la antigua Galería de arte de mi padre, empecé a plantearme completar mis estudios con un máster, que me daría la llave a una formación con prácticas extras al viajar y poder captar con mi cámara otros lugares del mundo que jamás había tenido la oportunidad de ver y convertirlos en arte.
Y fue aquel verano de 1991 cuando, con una mochila, un mapa y mi polaroid como única compañía, cogí el primer vuelo de la mañana rumbo a Australia. Allí tenía un amigo que tenía un estudio de fotografía y podía presentarme contactos, en un  entorno privilegiado donde la variedad paisajística facilitaba mucho el desarrollo de mis habilidades. Me instalé en su casa de forma temporal, a cambio de ayudarle en el taller de fotografía que me serviría al mismo tiempo de prácticas profesionales. Cada mañana, antes de acudir a las clases del máster... así lo compaginaba.
En aquella etapa estaba haciendo aquello que siempre quería hacer, convertir mi hobby en mi profesión. Y aprovechaba cada día y cada minuto que estaba fuera del estudio o de la facultad para ir por mi cuenta a captar fotos insólitas, que pudiera introducir en la galería de Brooklin de papa cuando regresara a casa y así darle otro aire nuevo, que permitiera aumentar los visitantes y ventas para ayudarles a terminar de pagar su hipoteca. Y allí estaba, con el tiempo totalmente detenido a mi alrededor, plantada en medio de un mirador ganando mayor amplitud de mi visión y mejorando mi perspectiva del mundo. Allí sola con mayor formación, buscando los puntos de vista a través de un objetivo que enmascaraba mi mirada en cada rincón de la magnífica y sorprendente Australia.
Pero la aventura no duró mucho tiempo. Cuando conocí a Peter en las clases de fotografía digital, supe que era hora de cambiar de entorno y seguir ampliando formación, esta vez recorriendo otros lugares que me permitieran no sólo captar imágenes sino narrar acontecimientos. Y fue entonces cuando enfoqué mi carrera a reportera de sucesos. Una nueva perspectiva donde mis fotos cobrarían sentido, porque hablarían de actualidad y hechos que la gente quería conocer. Aquellas imágenes que acompañarían las textos de las noticias más sonadas en los principales periódicos digitales de occidente. Una evolución en mi carrera y cambio de rumbo radical porque Peter era el reportero jefe de un importante periódico británico, que narraba sucesos relacionados con los conflictos armados y la pobreza como consecuencia.
He de reconocer que me fascinó su visión del mundo y sus historias de viajes de continente en continente buscando la noticia, a pie de pista, para escribir el mejor reportaje. Me envolvió su manera de ver los problemas que nos afectan a todos de una u otra manera, en mi caso a través de un objetivo de una cámara. Visión muy distinta a la que yo estaba acostumbrada, sólo captando la parte bella de nuestro entorno. Estuvimos un par de meses saliendo y él completó mi formación sin duda, fue mi mitad en muchos asuntos, no sólo profesionales sino personales. Compartíamos hobby, éramos del mismo gremio y teníamos inquietudes y curiosidades comunes acerca de lo que albergaba el mundo, muy complementarias. Él me hizo creer que mis imágenes valían oro, pero que podía potenciar esa belleza dentro de un contexto.
Para ello me ofreció acompañarle a Afganistán, donde tenía que preparar su siguiente reportaje en torno a los refugiados de guerra. En un principio, la idea no me entusiasmó demasiado, a pesar de querer contar mi propia versión de los hechos, captando con mi cámara esos momentos que no sólo son bonitos, sino que hablan y reflejan una realidad. Pero una realidad demasiado difícil de cubrir para mí en ese momento. De la belleza de los entornos paisajísticos y los momentos de los transeúntes que dejan a la imaginación lo más oculto de sus vidas, me armé de valor para salir a buscar unos hechos más realistas en la otra parte del mundo que jamás había alcanzado. Territorio hostil que, con algo de miedo mezclado con dosis de adrenalina y curiosidad, me atreví a cruzar de la mano de Peter. Y fue aquella madrugada de Abril cuando viajamos juntos, él para hacer el reportaje de prensa y yo para añadir mi reportaje fotográfico, todo un reto. Tratando de encontrar puntos comunes para unir nuestra relación entre imágenes y textos que eran para nosotros auténticos espejos.
Estuvimos tres meses alojados en hotel de Kabul, a sólo unos kilómetros de un hospital militar y del eje del conflicto armado. Las tropas americanas invadían gran parte del territorio por aquel entonces y no había zonas garantizadas como seguras por el gobierno forastero de aquel entonces. He de reconocer que no fue nada fácil el cambio radical de entorno, peligroso y poco amigable, pero que poco a poco fui superando con la ayuda de Peter. Nunca olvidaré el día en el que aterrizamos en Kabul y fuimos a coger el taxi que nos llevaría al hotel desde la terminal 1. A tan sólo unos pocos kilómetros de allí estalló una bomba que me dejó tan aterrorizada que no regresé a Brooklin porque la mano de Peter me apretaba con tanta fuerza que las buenas vibraciones me hicieron ver en ese momento que la valentía no es sólo una virtud, sino una filosofía de vida que quería experimentar contra-reloj y en contra ese miedo que se apoderaba de mi ser por segundos. Y entonces miré hacia delante mientras el viejo e inseguro taxi nos trasladaba de camino al hotel y el horizonte se apagaba poco a poco, dejando una humareda de polvo en medio del desierto tras la tremenda explosión.
Cuando llegamos al hotel mi maleta pesaba bastante menos. Creo que dejé en aquella terminal todos mis miedos y por fin estaba dispuesta a cruzar mis propias fronteras y explorar mis límites de captar imágenes inéditas que contaran la realidad de mundos hostiles para aquellos que vivían en paz y felices al otro lado del planeta, en aquellas ciudades a las que un día pertenecí y ya se habían quedado sin historias para aportar a mis fotografías. Lo que se veía desde el balcón era cuanto menos el paisaje agradable que uno siempre espera al asomarse a un mirador, con valores pacíficos detrás de los cuales había corrido desde hace años. La estampa florar se cambió al instante por desierto, torres a medio derribar, campamentos de refugiados y militares improvisados y unas montañas que dibujaban el contorno de un cielo nublado por el polvo de los artefactos explosivos que bañaban una ciudad fantasma.
Todo ello con un filtro color sepia, que pronto se convirtió en blanco y negro en día que Peter tenía concertado el reportaje a pie de campo en territorio armado, entrevistando al campamento de refugiados de guerra en Kabul, a sólo 10 kilómetros del eje central del conflicto y con un hospital abarrotado a escasos metros. Yo me coloqué a cierta distancia para captar las mejores imágenes que hablaran por sí solas de aquella realidad tan injusta como espantosa que nos rodeaba, para acompañar el texto de un reportaje que estaría en los periódicos de medio mundo en próximo fin de semana. Lo ciertos es que formábamos un gran equipo, su profesionalidad junto con mi manera de hacer hablar al objetivo de aquella primera cámara profesional que tuve entre mis manos.
Lo que no esperaba es que mi primer disparo captaría el terrible momento en el que la onda expansiva de una segunda explosión en el campamento militar a escasos metros acabaría con la vida de Peter y a mi me enviaría directa al hospital de campaña… pensaba que no lo contaría, y cuando desperté descubrí que estaba muerta en vida... cuando tuve que pasar el trago de conocer la doble noticia tras despertar de un coma inducido que me mantuvo en la sala hospitalaria dos semanas. La pérdida de Peter y la pérdida de mi pierna derecha. Todavía hoy no tengo muy claro qué dolió más de las dos cosas. Pero lo que sí tenía claro es que no podía rendirme allí, aunque el panorama fuera desolador, entre cadáveres que se sumaban día tras día a las devastadas calles de Kabul y la avalancha de enfermos que no paraban de desfilar ante mis ojos a cada instante, sin un lugar donde morir dignamente.
Creo que estar rodeada de tanto dolor me abrió de nuevo los ojos hacia otra perspectiva mucho más realista. Aprendí bien el concepto. Supongo que los acontecimientos vividos mezclados con mi espíritu aventurero me arrastraron como una corriente de un furioso río hacia una vida mucho más realista, esta vez delante de los objetivos de una cámaras que un día captaron la belleza. D
ecidí empezar en a colaborar en una ONG cuando conocí la conmovedora historia de Alba, una niña mutilada y huérfana víctima del ataque Sirio, con quien compartí horas de charlas al otro lado de la cama del desolador hospital de campaña. Con mi alta recién estrenada, me adentré en los valores y la filosofía de una pequeña organización procedente del norte de Italia, a la que me apunté cuando recobré la compostura y cuando mi mente volvía a estar fuerte, después de unos duros meses de terapia psicológica intensiva en el centro social de Kabul.
Trabajando allí, día y noche, ayudando a los refugiados, mi vida dio un giro de 180º. Mi perspectiva del mundo cambió por completo. Acostumbrada a vivir detrás de una cámara captando y contando sucesos a través de imágenes estáticas me adentré en un mundo vertiginoso plagado de cambios y sucesos inesperados. Entonces descubrí que mis imágenes se habían quedado mudas el día de aquel atentado que se llevó parte de mí, y comencé a llenar mis días ayudando a quienes un día iban a ser los protagonistas de un reportaje que jamás llegó a ver la luz. Una carrera prometedora con aquellas imágenes que llenarían las portadas de los periódicos digitales de medio mundo, y que a la vez estarían expuestas en la Galería de arte de Brooklin y saldarían las deudas familiares. 
Pero Peter ya me había dejado su particular patrimonio. Una guía de viaje para dejar de mostrar simplemente imágenes y hacerlas hablar, para finalmente cambiarles la temática de conversación, antes de volver a disparar aquel objetivo que quedó ciego en un rincón de la habitación del hotel de Kabul y que se cambió por un kit de primeros auxilios y un diario de experiencias durante los dos años que estuve con la Organización. Una vuelta al mundo con el propósito de contar cómo eran las cosas de verdad, que se convirtió en una manera de intentar cambiar el mundo con estas colaboraciones humanitarias. Unas imágenes que iban a convertirse en el eco de los sucesos de Oriente que jamás llegaron a salir a la luz pero que sirvieron para ordenar mi destino.
Y hoy, sentada en el patio trasero de un humilde pueblecito de Londres, todavía recordando el cambio de rumbo y mirando la fotografía en blanco y negro del fatal suceso. El único momento que capté de mi paso con Peter por Afganistán, y que cambió la dirección de mi vida. Miro al horizonte que intuye montañas sin destaparlas, y respiro hondo mientras sujeto de nuevo mi nueva cámara que me acerca con cariño Alba, esta vez en busca de la mejor instantánea de toda mi vida, la de ambas sonriendo al objetivo, que enseña, conversa y narra.

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