HASTA EL ÚLTIMO SUSPIRO

Resultado de imagen de mochila de sentimientos
 
El reloj no paraba de girar sin marcar las horas. La vida desfilaba sin orden ni sentido por las calles a medio construir, en un barrio pobre que prácticamente había llegado a su fin sin haber relatado sus inicios. Condenado a muerte sin motivo, en medio de la nada, sin haber existido.

El silencio invadía la habitación sin ocupar apenas espacio. Y desde un cielo sin abrir, la luz intentaba hacerse un hueco entre las tupidas cortinas de satén marrón que daban la espalda a un mundo cansado de girar en el mismo sentido. Y mientras, al otro lado del balcón del cuarto piso del hospital militar de campaña al norte de Tailandia, donde solía colaborar al menos una vez al año en proyectos humanitarios como voluntaria.

Era duro, sí. Pero desde la muerte de Alberto era lo único que me llenaba, que me completaba y le daba sentido a una vida sin rumbo fijo desde hacía ya año y medio. La pérdida repentina en accidente de aeronave marcó un antes y un después en mi forma de ver la vida. Yo pude salvar los restos de mi existencia, pero él se marchó para siempre dejando a medias aquellos planes que jamás pudimos cumplir, entre ellos pasar algún tiempo en sitios como estos, ayudando a quienes de verdad necesitaban alivio y consuelo, a quienes lo habían perdido todo sin tener nada previamente.

Aquel pueblo devastado por la guerra y la pobreza que jamás se hizo eco de sus desgracias más allá de sus fronteras. Aquel espacio ensombrecido sin oxígeno y sin leyes que marcaran un futuro justo y digno. Y al otro lado del valle, más allá de las montañas que dibujaban el marco de la ira, ardían de odio las tropas corruptas de un bando con ideología poco definida pero con mucho decir en contra. Más que callar tenían. Oprimiendo a un pueblo sometido ya sin voluntad propia para encauzar su destino. Y en medio de aquella barbarie sin límites me planté yo, una fría mañana de Febrero. Para pasar página de una agenda en blanco desde hacía meses, y comenzar a llenar la de aquellos que habían perdido el rumbo. Era la única manera de que la mía cobrara vida. Dar sentido a las vidas que ya no eran más que la sombra de la sombra de los restos de la esperanza. La motivación para salir de la cama no era otra que ayudar a reconstruir los cimientos de las vidas perdidas. Instante en el cual mi existencia renacería.

Tal vez fuera una manera de completar aquel yo que se marchó con Alberto aquella madrugada de Octubre en el puente aéreo, con escala prevista en Berlín y con destino Panamá. Pero que jamás llegó a aterrizar… es más, jamás llegó a cruzar Barcelona. Nuestros destinos se frenaron en seco para tomar rumbos distintos. Bueno, más bien el suyo simplemente se detuvo en el tiempo. Y para mí fue un punto y final a un conglomerado de planes y vivencias que jamás tendrían lugar en nuestras vidas, que solamente se quedaron vagando atrapadas sin respuesta en nuestras cabezas. Mi vida despertó de un sueño que nunca se cumpliría y la tuya, simplemente no despertó de aquel sueño que construimos juntos, para cumplirlo un día lejos de quienes nos decían que era una locura.

Una luna de miel apresurada, un vestido de novia en la maleta y con un par de billetes de avión que eran la llave al nuevo programa de voluntariado “Amigos de Sudamérica”. ¿Qué mejor manera de vivir nuestra aventura mientras hacíamos felices a quienes todavía no conocían la felicidad? No pudimos hacerlo juntos, pero aquí estoy yo, año y medio después, en representación de los dos (no en el mismo lugar, demasiados recuerdos... pero sí con el mismo objetivo), tras meses de duros tratamientos psicológicos y rachas al borde de dejarlo todo e irme contigo allá donde estuvieras, superando una depresión a duras penas, que paradójicamente tuve que soportar con tu pérdida, cuando ambos llevábamos en la mochila felicidad de sobra para tomar cada día nosotros, sorbo a sorbo, y nos sobraba optimismo para donar en sobres de cristal a quienes ya no tenían ni sentimientos.

Pero hoy sé que el sueño del que jamás despertaste hubiera sido que terminara esta misión, aunque fuera sola, tras rescatar aquella parte de felicidad y esperanza que dejaste derramada en el suelo tras el accidente, para que me hiciera cargo de ella, la sanara, la cuidara y cultivara durante todos estos meses para regalarla a quienes más lo necesitaban. Sí, Alberto. Tu sueño era hacerme feliz a mí. Pero como te sobraba optimismo e ilusión hubieras querido que ese sentimiento fuera rescatado y entregado para ser aprovechado. Demasiado para quedarme yo. Sería egoísmo quedarme tanto amor para disfrutar yo sola. De ti me queda el recuerdo. Tus ganas de vivir que aquel día dejaste tiradas en el frío suelo las recuperé para que otros siguieran adelante, porque tú siempre fuiste sobrado de valentía, de motivación, de ilusión, de ganas de comerte el mundo, de energía, de generosidad, de optimismo y de fuerza para superar todas las adversidades. Siempre con ganas de dar. Pero cuando la vida te dejó tirado en aquel campo en tierra de nadie y no pude salvar tu cuerpo, guardé esa parte de tu alma que llevaba grabada todas esas cualidades. Y aquí estoy, en medio del desierto, con la mochila recargada de sueños y esperanzas, los míos, los tuyos, los nuestros… rodeada de pobreza y desilusión. Por fin tengo el antídoto perfecto. Ya no para mí, pero sí para ellos.

Y hoy, a 23 de Diciembre, sola, enferma y herida en aquella habitación del hospital militar de campaña, sin fuerzas para seguir, porque dejé todas nuestras esperanzas aquí, y ahora sólo me queda una sonrisa, la tuya… que no me quedaré sino que repartiré para que otros puedan seguir viviendo con motivación. En mi último suspiro. Haré un esfuerzo para regalarla. Aquella que quedó grabada en mi mente instantes antes del fatal desenlace. Cuando me agarraste de la mano y me dijiste que era lo mejor que te había pasado. Que me entregabas tu vida. Que me regalabas tu alma. Guardé esa sonrisa de esperanza. Porque la mía la regalé a este pueblo antes de la explosión en el aeródromo que derramó tanta sangre. En ese instante vi tus ojos que me dieron paz, la calma que guardaba tu mirada para momentos de desconsuelo. Este era uno de ellos. Y cuando ya no tenía nada que mostrar, brotó en mi mente el recuerdo de tu mano sobre mi alianza. Ese recuerdo, sólo mío, que jamás regalaré, lo guardé para siempre en paños de plata.

Y en aquella habitación donde el silencio empezó a ganar espacio y el reloj dejó de girar empezando a marcar las horas, supe que se acercaba el final. Cuando sentí la presencia de un alma flotando sobre mi cama, en la que hoy yace un cuerpo sin sentimientos. Un cuerpo frío con el rostro sin expresión, serio y descompuesto, el mío… que jamás volverá a vivir de aquel modo, pero que decidió regalar esa vida utópica para nosotros, no para ellos. Me quedo con la sonrisa en el rostro de los niños enfermos de aquel hospital. Que hoy sé que es la tuya, la mía, la nuestra... la que sembramos juntos, y aunque no pudimos llegar a disfrutar, yo traje a estas tierras. Y me acuerdo de ti porque derrochan felicidad a pesar de tener la muerte presente en sus camas, porque sus ojos derrochan calma y paz, sin ser casi conscientes de que su vida llega al final. Como la mía, sí. Pero tu sonrisa vive en los demás. Misión cumplida pues. Ya no hay más que pueda hacer. Me quedaré observando tu alegría y vitalidad reflejada en ellos, como resultado de meses de duro trabajo y sacrificio intentando regalarles lo que me habías dejado, sintiendo tus buenas vibraciones, y recordando tus ojos a través de aquellos niños ansiosos de aferrarse a la vida, esa que jamás pudimos compartir juntos, que sin embargo hoy cobra más sentido... antes de cerrar los míos para siempre en mi último suspiro.

Comentarios

Entradas Populares

25 añitos...¡cuarto de siglo ya!

Cuando quieras creer en alguien...cree en tí!!

#microcuento