LA PRIMERA VEZ QUE MUERA


Resultado de imagen de chica mirando por la ventanaMe desperté con un sabor amargo acompañado de un fuerte dolor de cabeza. Sentada en la alfombra del salón, con la cabeza apoyada en el asiento del sofá de piel roja todo me daba vueltas. Las cortinas dejaban al descubierto un ligero velo de luz con partículas de polvo flotando en el ambiente. La noche había sido larga, y el día se presagiaba aún más eterno. Desde que Billy abandonó el apartamento con Tiffany, el reloj ya no narraba el tiempo… que parecía detenerse delante de mí, mirarme fijamente y desaparecer sin dar un paso al frente.
Mis recuerdos yacían apilados y desordenados como el mar de lágrimas que me invadió la noche anterior. Me sentía invisible ante el mundo. Ni siquiera el espejo reflejaba mi silueta, recortada por la pérdida de peso repentina tras aquellos meses traumáticos que dejaron la huella más imborrable de la historia de mi existencia: la pérdida de mis padres en accidente aéreo, dos abortos, y el abandono de Billy la noche en la que se enteró de que era libre, que cuando no queda amor (si es que alguna vez existió) y no existen ataduras de ningún tipo, es fácil echar el vuelo y emprender nuevo rumbo evadiendo responsabilidades, esta vez en compañía de la secretaria más falsa y envolvente que pudo cruzarse en su camino. Tener que dar la noticia de la interrupción natural de un embarazo tan deseado -por mí solamente, he de matizar- con ella mirando boquiabierta, como si jamás hubiera roto un plato - cuando lo que rompió fue mi vida entera-, tumbada a mi lado de la cama, mientras escuchaba que esa era la última vez que Billy y yo nos veríamos.
Mentí en mi argumento. Hubo algunos encuentros más al año siguiente, cuando ambos nos encontrábamos muy solos y perdidos… demasiado como para elegirnos el uno al otro y pensar con claridad de lo sucedido, lo cual hizo aumentar más el dolor, que resurgió con más fuerza tras quitarse el efecto de la anestesia de un par de noches de amor por consuelo. No le culpo a él, tal vez me engañé a mí misma diciendo que no quería volver a verle, porque mis principios alertaban no pasar por alto otra infidelidad y yo hice caso omiso. De eso hacía ya tres meses. Los encuentros fueron cada vez más espaciados, cuando nos dimos cuenta de que, a pesar de la dependencia traducida en droga que teníamos el uno del otro, nuestra compañía corrompía cada vez más nuestras solitarias almas. Ambos lo aceptamos. Un destino que sólo tenía sitio para uno de nosotros.
Sentí una mezcla de repulsa y lástima al ver lo que nuestra fugaz historia de amor había significado para él, en el momento en el que crucé la puerta del apartamento compartido de Northest-Hill para regresar al piso de alquiler que una vez habité con Mara en nuestra época universitaria, hasta que ella consiguió una oferta de prácticas en Londres como enfermera, la cual no pudo rechazar y se mudó con Adriana, una vieja amiga en común que conocía muy bien la zona y tenía contactos en el Hospital para hacer fija a Mara en su aventura laboral.
Un día le pedí consejo. No estaba a gusto con mi cuerpo. La pérdida de los gemelos y el abandono humillante de Billy fueron creando cierta inseguridad en mi interior. Ya jamás volvería a ser la misma persona… aunque después de todo aquello, una ligera ráfaga de luz entró en mi oscura vida cuando conocí a Julián, mi nuevo compañero de trabajo, quien fue mi apoyo y guía durante algunas semanas… un apoyo psicológico que tras coger confianza y cariño, traspasó las barreras de lo físico. Nunca me había sentido tan protegida y realizada como persona. A su lado todo era calma. Sin embargo, nuestras vidas volvieron a la normalidad tras los fugaces encuentros, dado que él no quería presionarme para avanzar y ese espacio en mi vida que yo estaba pidiendo a gritos en silencio por aquel entonces pusieron una coma en aquel camino que comenzaba.
Tenía que ordenar mi vida, mi entorno… el interior de mi ser -un ser ya irreconocible- que pasaba por algo inerte lleno de heridas, rencor y desconfianzas. Muy lejos de mi Yo real. Pero tampoco quería apartarlo de mi lado, se había portado muy bien y su compañía me reconfortaba.  A pesar de sus viajes de negocios con estancias interminables, seguimos en contacto vía mail y teléfono. Necesitaba la calidez de su voz cerca de mí. Y demostró no alejarse sino lo justo que yo necesitaba para encontrarme de nuevo.
Entonces una locura se instaló en mi mente la mañana del 4 de Mayo. Cogí el primer vuelo a Barcelona tras recibir publicidad en mi email de un tratamiento milagroso de estética con los mejores profesionales del sector y con garantía de conformidad. Supongo que fue el descontento personal y las ansias de cambio para encontrarme de nuevo que terminé asociando casi todas mis desgracias a mi físico, para mí sin sentido ni atractivo. Tras confirmar la cita desde la oficina, realicé las gestiones oportunas para sacar aquellos días de asuntos propios que me debía la empresa tras el reconocimiento obtenido a mi labor como investigadora en el Instituto de dermatología gracias al proyecto presentado en la Conferencia de Münich hace año y medio. Por aquel entonces, el apoyo de Billy y el aval de mis padres fue fundamental para conseguir las metas que me hicieron promocionar y dar un giro a mi carrera profesional dentro de la empresa. Y hoy, sólo me quedaba mi trabajo para sentir que una parte de mí avanzaba y se realizaba, dentro del pozo de tortura y la espiral de desgracias en el que me hallaba a nivel personal.

Busqué ese cambio radical para sentirme mejor conmigo misma, más segura… noencontré otra forma. esa era la más encilla y rápida. Traté de ocultar mis defectos y lo admito, intenté por todos los medios borrar todo aquello que me recordara a mí misma, y convertirme en alguien totalmente nuevo y diferente, aunque sabía que eso supondría anular un Yo que tantos años me costó construir y que mucha gente participó en él y admiraba… que hoy no dejaba rastro alguno. No lo pensé tres veces. 
El vuelo trascurrió tranquilo y la noche en el hotel agitada, inquieta, con un torbellino de pensamientos contrapuestos. Una parte de mí deseaba el cambio por todos los medios. Otra parte me advertía de la locura que estaba a punto de cometer. De la salvación al mero suicidio. Pero en medio de la confusión, el impulso ganó al razonamiento y a primera hora de la mañana tomé la primera cita gratuita con el Dr. Geraldo Poig, un prestigioso cirujano con enorme reconocimiento a nivel nacional por sus méritos y logros profesionales. Sin dudarlo un segundo, me puse en sus manos. Los siguientes días fueron de pruebas médicas y consultas más bien psicológicas, para que fuera consciente de los riesgos de avanzar con esta decisión y comprobar mi convencimiento ante este proceso. He de reconocer que tenía miedo, mucho miedo… miedo de seguir adelante. Pero también sabía que desde hacía tiempo no tenía nada que perder y tal vez algo que ganar, por una vez pensando en mí, desde un punto de vista egoísta. Y así se lo manifesté a Olivia, la dulce y paciente doctora que me realizó las sesiones de terapia psicológica previas.

Y por fin llegó el gran día, en el que sería trasformada en alguien que jamás quise ser, pero era una manera de librarme de mi antiguo Yo para espantar los recuerdos y pasar página. Liberarme de aquel cuerpo castigado por el dolor de las pérdidas, en el que ya no me reconocía ni me identificaba, y que el espejo apenas proyectaba.
A las 3 en punto de la tarde y sola ante mi decisión, la vieja camilla recorría el frío pasillo de luz LED blanca que cegaba hasta el alma. Cerré los ojos, y poco a poco dejé de escuchar el murmullo que se aglomeraba en los pasillos del hospital, el de los transeúntes sin rumbo, esperando un turno que jamás llegaba. La puerta de quirófano se cerró fuerte detrás de mí, siendo lo último que escuché tras las confusas instrucciones entre los enfermeros, que me preparaban para la operación sin retorno. Las horas posteriores resultaron angustiosas para el equipo de médicos que me atendía. Un colapso provocado por una reacción alérgica fruto de la anestesia complicaron el proceso y el mundo se detuvo ante mí. La intervención fue abortada. En el limbo, a medio camino entre la persona que una vez fui y que ya no era…y aquella desconocida pero esperanzadora que estaba por llegar... yacía mi cuerpo moribundo entre utensilios de quirófano, luces cegadoras, colores verdes y azules y paredes que no proyectaban sombras de nadie, salvo la mía.
Y tumbada en aquella camilla del quirófano a punto de morir, sorprendentemente al otro lado de la sala esperaba Billy, con un ramo de rosas blancas, idéntico al de nuestra primera cita, tras coger el primer vuelo con carácter urgente tras enterarse por un amigo en común de mi decisión -única persona a quién le conté todos mis planes- y dispuesto a frenar mi locura, y a pedirme que regresara a su lado. Abrí los ojos alterada, y delante de mí pude ver al Dr. Geraldo diciendo que había tenido mucha suerte, que estuviera tranquila, que ya había pasado lo peor del colapso y que me recuperaría…a pesar de haber perdido la sensibilidad temporal del brazo izquierdo. Y al darse media vuelta para abandonar la sala y prepararlo todo para el traslado a planta, se giró hacia mí con media sonrisa y con un brillo en los ojos de esperanza, en los cuales pude leer “no lo hagas”, susurrándome entre el ruido de las máquinas de quirófano y el fuerte olor a medicamentos, que habían conseguido salvar al niño que esperaba desde hacía ya tres meses… la operación aún no había comenzado, y dudo mucho que quisiera morir una segunda vez en vida… por lo que decidí vivir de nuevo al conocer esta noticia tan milagrosa.

Entonces entendí que la vida me estaba dando otra oportunidad. La oportunidad de ser otra persona, pero no a través de la cirugía, sino a través del milagro de ser la madre que nunca pude ser. Me lo merecía, después de todo. Cerré los ojos de nuevo, y tras un largo suspiro los abrí de nuevo para ver que ya estaba instalada en la cuarta planta del hospital, recuperándome poco a poco y siendo consciente de mi entorno. Un entorno que se resumía en Billy, que asomaba tímidamente al otro lado de la puerta, sujetando medio caído el ramo de rosas, sin atreverse a entrar ni a aquella habitación ni en mi vida, contemplando cómo Julián sujetaba mi mano, acariciaba mi rostro, mi vientre… susurrando al oído aquella frase que me devolvió de golpe a la realidad que quería tener, sin duda a su lado: “No dejes que nada ni nadie destruya tu esencia”. Y entonces comprendí que mi esencia era él, y el bebé que estábamos esperando juntos. Eso fue lo que a día de hoy me mantiene viva sin duda.

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