JUSTO A TIEMPO
El eco de las voces del pasado no dejaba de retumbar en su cabeza. El final estaba cerca. Mientras los días pasaban de largo sin saludar, las horas morían ahogadas en un reloj de agua. El tiempo dejó de avanzar. Noches en vela, días en blanco, tardes de espera sin saber qué esperar. Las paredes sudaban gotas de lluvia, rompiendo la sintonía de su tonalidad aguamarina, y el viento soplaba sin ritmo ni gracia al compás del tintineo de aquella gotera del miedo, anclada desde aquel día a un techo vertiginoso, al cual le faltaban los cimientos. Un teléfono inerte en la mesa del comedor. El valor no llegó a tiempo para descolgarlo aquella fría tarde de Diciembre. Desde entonces, dejó de sonar para siempre.
Y mientras
su vida se apagaba sin opción en una carrera contra reloj, esperó
a la calma tendida en su cama, pero al final llegó la tormenta sin dar tregua.
Dosis de desconcierto elevaban el silencio al séptimo cielo. Y al fondo, un
lienzo en blanco a medio terminar con pinceladas ocultas inspiraba un libro de
cuentos sin final.
Poniendo a
remojar la vida en agua tibia para ablandarla y huir del dolor, la espiral sin
control retumbaba en su cabeza, haciendo añicos todos sus sueños y potenciando
sus miedos. Sentada sobre el amasijo de rosas que inundaban el porche de la
casa sin dueño, amontonadas entre hojas secas y desordenadas como sus
recuerdos, crecía en su interior las ganas de ser ese alguien que jamás pudo
ser, por no saber enfrentarse a la vida. Pero el sol no dejaba de brillar desde
que la oscuridad entró en su bolsillo. Y la espina de su infancia clavada en su
ser era lo único que quedaba de ella, cuando afuera todavía nevaba y la
tempestad se llevaba sin piedad todas aquellas cartas sin enviar, por el
bulevar de los cristales rotos de aquellas ventanas sin cerrojo.
Su última
taza de café fue con sacarina y algún que otro relajante. El efecto al ser
removido recuerda mucho a una galaxia que está a punto de desaparecer y ser
absorbida por un agujero negro. Al menos todavía conservaba el sabor y aroma
natural como a recién hecho, aunque fuera la misma taza de café que nunca se
atrevió a tomar cuando él cruzó aquella puerta para jamás regresar, que aún
permanecía en la encimera de la cocina a medio amueblar.
Dio un sorbo
y cerró los ojos. Y cuando los abrió, a lo lejos de las sombras, una mujer estaba
sentada sola en una casa sin habitar, en su lugar favorito del porche. Cantando
para sí su canción favorita de la primera cita. Sabía que ya no quedaba nadie
más en el mundo, pero de repente golpearon la puerta. La silueta de un hombre
que dio señales de vida, cuando sólo se percibía signos de muerte en aquel
lugar abandonado. Por fin encontró refugio en su boca, y en ese preciso
instante el universo volvió a latir a su alrededor, cuando hacía siglos que el
mundo se había acabado para ella y a su alrededor, las rosas se volvían negras…
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