TE ENCONTRARÉ
La
mezcla de idiomas en el aire insinuaba conjuros mágicos difíciles de repetir,
pero chispeantes al pronunciarse y oírse. Caminó entre la multitud; mientras,
se abrían a su alrededor incontables canales. Góndolas y pequeñas embarcaciones
se deslizaban sobre la superficie líquida, con movimientos suaves y
aparentemente sin esfuerzo. Había apreciado la belleza en otros lugares, pero
la esencia de éste se adhería a Ela, con piel de viajera, como un blues al músico
más melancólico. Ese fue su último paseo, antes de partir.
A
la mañana siguiente cogió su maleta, y bajó con decisión las escaleras de
madera a medio barnizar. La recibió un remolino de gente que iba y venía en
todas direcciones. Sus miradas se cruzaban, como si se conocieran de toda la
vida, pero cuanto más se miraban, más extraños parecían. Transeúntes de ciudad,
sin rumbo o de simple rutina hacían su camino, muchos de ellos sin avanzar. El
bullicio, los olores a incienso del Mercado Medieval de Navidad, los edificios
de colores envueltos en patios de enormes naranjos, aún sin regar. Sus sentidos
luchaban por percibir todas las sensaciones a la vez, antes de marcharse para siempre,
para llevarse un pedacito de aquel lugar mágico, extraño sí, pero a la vez
acogedor y con encanto. Lugar que al principio asustaba un poco, pero el deseo
de avanzar era mucho más fuerte que el miedo a lo desconocido.
Todo
el mundo sabe de la dificultad de los comienzos en un entorno nuevo, lejos de
tu entorno. Pero un día la suerte se puso a girar y apuntó de lleno a Ela.
Había conseguido trabajo en la fábrica de galletas. Lugar frío y distante al
comenzar. La nostalgia se apoderaba de ella cada noche. La soledad, idioma
extranjero, la falta de complicidad con la gente. Siempre rodeada de personas,
pero cada vez más sola. Compaginaba sus horas libres realizando un voluntariado
en una ONG para niños huérfanos de refugiados. Lo único que le llenaba y por lo
que merecía la pena tirar para adelante, en un entorno tan hostil para ella.
Charlas familiares hasta las tres de la madrugada, que siempre acababan con el
mismo consejo: Si no eres feliz cumpliendo tu sueño, ese no es tu sueño. Vuelve
a dormir, y encontrarás otro acorde a ti. Persíguelo, sin miedo. No te canses
de buscar. Y Ela cada noche se acostaba pensando qué tenía que buscar. Sólo
sabía que debía de encontrar algo que le faltaba. Pero las pistas eran
confusas, estaba perdida y se sentía perdida haciéndose un hueco en aquella
pequeña ciudad que le quedaba grande.
Viaje
relámpago a Venecia para vivir experiencias, sin duda. Experiencias sin
definir, pero que le ayudarían a dibujar mejor su futuro. Y aquella noche
sucedió. De vuelta a casa enfrascada en su rutina, no pudo resistirse al
encanto del carnaval de aquella ciudad mágica. La música y el aroma eran hechizantes.
Desvió su ruta movida por fuerzas mayores, ajena a su voluntad. Se perdió en sus
calles, en sus canales. Acabó perdiéndose realmente, porque no lograba
encontrar la plaza de San Marcos. De pronto, un desconocido vestido a la
antigua usanza, cual Casanova, con su cara cubierta por una enigmática máscara
blanca, le ofreció su mano. Se sintió transportada a otra época, una máscara
ocultaba también su rostro sin darse cuenta.
Finalmente
llegaron a la famosa plaza. De repente aquel desconocido y su máscara
desaparecieron… Entonces dudó: ¿fue un sueño tal vez? ¿El sueño del que hablaba
su familia? “Arrivederci Venezia, te
buscaré cuando vuelva...” pensó Ela. Pero a los dos días le encontró él a ella,
esta vez sin máscaras, en la misma plaza donde todo comenzó. Su sueño la estaba
esperando sin tener que buscarlo. Descubriendo en aquel instante un motivo para
alargar su estancia en aquel pueblecito de la Bahía.
Dejó
la maleta en la acera mojada. Sus ojos se cerraron por un momento, en medio de
la multitud que la rodeaba, a punto de partir y abandonar la ciudad, recordando
a Leonardo. Soldado, amigo, compañero y apoyo incondicional durante aquel duro año
de soledad y adaptación. Aquellas escapadas a la trastienda para expresar su
amor en vez de recoger material, cuando él la seguía a la fábrica; aquel juego
de luces y sombras; de regalos inesperados; de largos cafés a media tarde que
enlazaban con el Alba; las improvisadas tardes en el Puerto compartiendo un
helado de turrón; las canciones y poemas frecuentes dedicados desde el balcón;
las cálidas noches paseando sobre la orilla de la playa, que siempre acababan
con la arena más allá de la pìel, que impregnaba el alma… con la luna testigo
de besos y caricias interminables.
Abrió
los ojos de nuevo. El mundo parecía pararse a su alrededor por un momento,
cuando de repente le invadió el recuerdo de aquella tarde de verano, al
despertar en su cama del pequeño apartamento, y ver a Leonardo hablando
nervioso por teléfono. Una mezcla de miedo, emoción y desconcierto que no tardó
en compartir, apretando su mano y sentado en el borde de la cama a su lado. Debía
de volver a sus habituales misiones con el Ejército de Guerra en Oriente, tras
el periodo vacacional. Sus corazones se detuvieron de inmediato, dejándose
dominar por el silencio. No fueron capaces de hablar hasta la emotiva despedida
de aquella lluviosa mañana de Septiembre. Pero estaba claro que la distancia no era barrera
para seguir comunicándose. Desde las cuatro paredes de un pequeño apartamento
en el casco histórico de Venecia (que ahora se tornaba enorme para ella) hasta
una tienda de campaña improvisada desde algún lugar en medio de la nada.
Volvió
a cerrar los ojos y una lágrima inundó el pequeño charco de lluvia en la
escalinata del Portal. Porque llegó un día en el que Leonardo dejó de
comunicarse con ella. La última videoconferencia había sonado a despedida,
porque él ya temía por su vida. Desde aquel instante comprendió que las raíces
que le unían al lugar se habían partido para siempre, con la marcha de Leo.
Recuerdos que se difuminaron al cerrar la última maleta y la puerta con llave,
dejando encerrados dos años de vivencias sin final definido, pero que estaba
segura de que le iban a abrir muchas nuevas puertas.
El
viaje acababa de empezar para ella. Hacia un cambio de vida, pero sin rumbo.
Debería de reconstruir pieza a pieza un destino difuso, de los pedazos de un
futuro roto. Afortunadamente, el viaje a ninguna parte le daría el tiempo
suficiente para encontrarse de nuevo.
Ela
estaba inquieta enfrente de su portal. Con dos maletas en la mano, mirando
hacia el balcón en el que un día Leonardo le declaró su amor. Testigo de tantos
planes juntos. Despedazados por las balas del cruel destino. Y sin volver la
mirada atrás, emprendió camino hacia el Puerto, calle abajo, para abandonar la
ciudad. Así es la vida, que todo lo da y de repente te lo quita.
Era
la primera vez que viajaba en un transatlántico, y bajo su piel, la sangre le
hervía de puro nerviosismo. Desde la cubierta veía como una mujer envuelta en
una túnica de corte árabe, despedía el barco con efusividad, moviendo los
brazos como una niña pequeña ilusionada. Parecía enamorada, aunque algo
dramática, recordando que su amado se iría muy lejos en su viaje, partiendo
rumbo al ejército, adentrándose en el mar como una gaviota. Quién sabe si volverían
a verse… pero aquel instante ya lo era todo para ellos.
Descendió
con lentitud unas escaleras vertiginosas para llegar al camarote. Sumergida en
aguas formadas por gente de todo el mundo, vio desde la ventana alejarse el
barco de la Bahía. Un viaje para encontrarse a sí misma, sin duda. No podía
desaprovecharlo. Día 1: un primer telegrama tendido sobre la cama lo cambiaría
todo: “Te voy a describir el punto exacto de tu destino. Sólo tienes que seguir
las señales. Sólo aquí tienes la respuesta a todas tus preguntas Sé puntual, pues
será tu última oportunidad para encontrarte a ti misma…”. No tenía nada que
perder, una vez llegados a aquel punto, viajando sola en un barco sin rumbo.
Entonces se armó de valor y lo intentó, se atrevió a dejarse llevar por
sucesivos telegramas impregnados con señales y frases que le atrapaban… que le
marcaban un camino incierto, aprovechando su vulnerabilidad. Sería la brújula que marcaría la dirección de
su destino final. Una especie de juego de “en busca del tesoro”, pero mucho más
serio y formal. A partir de aquel instante, el viaje se convirtió en una
carrera contra reloj para Ela. No podía perder un instante en recoger los
telegramas misteriosos en diferentes partes del Transatlántico y descifrar sus
palabras en clave, que curiosamente comprendía como escrito por ella. Aquellas
notas parecían conocerla mejor que ella misma. Día 2: Próxima parada, costas de
Sicilia. Los amaneceres más bellos jamás contemplados desde la cubierta del
Transatlántico. Día 3: Desembarco en Costas tunecinas. Final del trayecto.
Y
al final de la colina, rodeado de un inmenso valle, la estación de conexión. No
era el tren más veloz, ni el más confortable, pero ahora que había llegado el
momento, casi le daba lástima bajarse. Desde que se subió, hacía ya demasiadas
horas para contarlas, había cruzado pueblos, ríos, campos interminables… 12 horas
de ida. Taxi al aeropuerto de alguna ciudad perdida en medio del continente
Africano. El bolso lleno de buenos propósitos. Telegramas en el bolsillo.
Lugares secretos en guías de turista, cámara de fotos sin estrenar, papeles desordenados,
energía y ansiedad de volver... de volver a ser.
Leonardo
la esperaba en un avión militar privado. Una vez le dieron por muerto, ocurrió
justo lo contrario: nació de nuevo, y volvió a vivir con más fuerza tras aqurel
combate de Guerra, sin vencedores ni vencidos. Y es que cuando descubrió que la
vida le había dado otra oportunidad para vivir, cuando ya había perdido las
ganas y motivación, tenía que dibujar el camino de Ela para guiarla hacia él,
su única aliciente tras perderlo todo. Y manos a la obra así lo hizo, dándole
pistas de dónde dirigirse, a través de señales que sólo ella entendía. Para
provocar un reencuentro mágico e inesperado. Él le ayudó a encontrarse a ella,
y a encontrarle a él. Como un juego de niños. Fundidos en un eterno abrazo. Entonces
comprendió que el viaje de ida y vuelta no es el mismo viaje. Ir, suena a
experiencia. Volver, a destino. Y es que con alguien se encuentra mucho mejor,
cuando andas perdido.
La
mezcla de idiomas en el aire insinuaba conjuros mágicos difíciles de repetir,
pero chispeantes al pronunciarse y oírse. Caminó entre la multitud; mientras,
se abrían a su alrededor incontables canales. Góndolas y pequeñas embarcaciones
se deslizaban sobre la superficie líquida, con movimientos suaves y
aparentemente sin esfuerzo. Había apreciado la belleza en otros lugares, pero
la esencia de éste se adhería a Ela, con piel de viajera, como un blues al músico
más melancólico. Ese fue su último paseo, antes de partir.
A
la mañana siguiente cogió su maleta, y bajó con decisión las escaleras de
madera a medio barnizar. La recibió un remolino de gente que iba y venía en
todas direcciones. Sus miradas se cruzaban, como si se conocieran de toda la
vida, pero cuanto más se miraban, más extraños parecían. Transeúntes de ciudad,
sin rumbo o de simple rutina hacían su camino, muchos de ellos sin avanzar. El
bullicio, los olores a incienso del Mercado Medieval de Navidad, los edificios
de colores envueltos en patios de enormes naranjos, aún sin regar. Sus sentidos
luchaban por percibir todas las sensaciones a la vez, antes de marcharse para siempre,
para llevarse un pedacito de aquel lugar mágico, extraño sí, pero a la vez
acogedor y con encanto. Lugar que al principio asustaba un poco, pero el deseo
de avanzar era mucho más fuerte que el miedo a lo desconocido.
Todo
el mundo sabe de la dificultad de los comienzos en un entorno nuevo, lejos de
tu entorno. Pero un día la suerte se puso a girar y apuntó de lleno a Ela.
Había conseguido trabajo en la fábrica de galletas. Lugar frío y distante al
comenzar. La nostalgia se apoderaba de ella cada noche. La soledad, idioma
extranjero, la falta de complicidad con la gente. Siempre rodeada de personas,
pero cada vez más sola. Compaginaba sus horas libres realizando un voluntariado
en una ONG para niños huérfanos de refugiados. Lo único que le llenaba y por lo
que merecía la pena tirar para adelante, en un entorno tan hostil para ella.
Charlas familiares hasta las tres de la madrugada, que siempre acababan con el
mismo consejo: Si no eres feliz cumpliendo tu sueño, ese no es tu sueño. Vuelve
a dormir, y encontrarás otro acorde a ti. Persíguelo, sin miedo. No te canses
de buscar. Y Ela cada noche se acostaba pensando qué tenía que buscar. Sólo
sabía que debía de encontrar algo que le faltaba. Pero las pistas eran
confusas, estaba perdida y se sentía perdida haciéndose un hueco en aquella
pequeña ciudad que le quedaba grande.
Viaje
relámpago a Venecia para vivir experiencias, sin duda. Experiencias sin
definir, pero que le ayudarían a dibujar mejor su futuro. Y aquella noche
sucedió. De vuelta a casa enfrascada en su rutina, no pudo resistirse al
encanto del carnaval de aquella ciudad mágica. La música y el aroma eran hechizantes.
Desvió su ruta movida por fuerzas mayores, ajena a su voluntad. Se perdió en sus
calles, en sus canales. Acabó perdiéndose realmente, porque no lograba
encontrar la plaza de San Marcos. De pronto, un desconocido vestido a la
antigua usanza, cual Casanova, con su cara cubierta por una enigmática máscara
blanca, le ofreció su mano. Se sintió transportada a otra época, una máscara
ocultaba también mi rostro sin darse cuenta.
Finalmente
llegaron a la famosa plaza. De repente aquel desconocido y su máscara
desaparecieron… Entonces dudó: ¿fue un sueño tal vez? ¿El sueño del que hablaba
su familia? “Arrivederci Venezia, te
buscaré cuando vuelva...” pensó Ela. Pero a los dos días le encontró él a ella,
esta vez sin máscaras, en la misma plaza donde todo comenzó. Su sueño la estaba
esperando sin tener que buscarlo. Descubriendo en aquel instante un motivo para
alargar su estancia en aquel pueblecito de la Bahía.
Dejó
la maleta en la acera mojada. Sus ojos se cerraron por un momento, en medio de
la multitud que la rodeaba, a punto de partir y abandonar la ciudad, recordando
a Leonardo. Soldado, amigo, compañero y apoyo incondicional durante aquel duro año
de soledad y adaptación. Aquellas escapadas a la trastienda para expresar su
amor en vez de recoger material, cuando él la seguía a la fábrica; aquel juego
de luces y sombras; de regalos inesperados; de largos cafés a media tarde que
enlazaban con el Alba; las improvisadas tardes en el Puerto compartiendo un
helado de turrón; las canciones y poemas frecuentes dedicados desde el balcón;
las cálidas noches paseando sobre la orilla de la playa, que siempre acababan
con la arena más allá de la pìel, que impregnaba el alma… con la luna testigo
de besos y caricias interminables.
Abrió
los ojos de nuevo. El mundo parecía pararse a su alrededor por un momento,
cuando de repente le invadió el recuerdo de aquella tarde de verano, al
despertar en su cama del pequeño apartamento, y ver a Leonardo hablando
nervioso por teléfono. Una mezcla de miedo, emoción y desconcierto que no tardó
en compartir, apretando su mano y sentado en el borde de la cama a su lado. Debía
de volver a sus habituales misiones con el Ejército de Guerra en Oriente, tras
el periodo vacacional. Sus corazones se detuvieron de inmediato, dejándose
dominar por el silencio. No fueron capaces de hablar hasta la emotiva despedida
de aquella lluviosa mañana de Septiembre. Pero estaba claro que la distancia no era barrera
para seguir comunicándose. Desde las cuatro paredes de un pequeño apartamento
en el casco histórico de Venecia (que ahora se tornaba enorme para ella) hasta
una tienda de campaña improvisada desde algún lugar en medio de la nada.
Volvió
a cerrar los ojos y una lágrima inundó el pequeño charco de lluvia en la
escalinata del Portal. Porque llegó un día en el que Leonardo dejó de
comunicarse con ella. La última videoconferencia había sonado a despedida,
porque él ya temía por su vida. Desde aquel instante comprendió que las raíces
que le unían al lugar se habían partido para siempre, con la marcha de Leo.
Recuerdos que se difuminaron al cerrar la última maleta y la puerta con llave,
dejando encerrados dos años de vivencias sin final definido, pero que estaba
segura de que le iban a abrir muchas nuevas puertas.
El
viaje acababa de empezar para ella. Hacia un cambio de vida, pero sin rumbo.
Debería de reconstruir pieza a pieza un destino difuso, de los pedazos de un
futuro roto. Afortunadamente, el viaje a ninguna parte le daría el tiempo
suficiente para encontrarse de nuevo.
Ela
estaba inquieta enfrente de su portal. Con dos maletas en la mano, mirando
hacia el balcón en el que un día Leonardo le declaró su amor. Testigo de tantos
planes juntos. Despedazados por las balas del cruel destino. Y sin volver la
mirada atrás, emprendió camino hacia el Puerto, calle abajo, para abandonar la
ciudad. Así es la vida, que todo lo da y de repente te lo quita.
Era
la primera vez que viajaba en un transatlántico, y bajo su piel, la sangre le
hervía de puro nerviosismo. Desde la cubierta veía como una mujer envuelta en
una túnica de corte árabe, despedía el barco con efusividad, moviendo los
brazos como una niña pequeña ilusionada. Parecía enamorada, aunque algo
dramática, recordando que su amado se iría muy lejos en su viaje, partiendo
rumbo al ejército, adentrándose en el mar como una gaviota. Quién sabe si volverían
a verse… pero aquel instante ya lo era todo para ellos.
Descendió
con lentitud unas escaleras vertiginosas para llegar al camarote. Sumergida en
aguas formadas por gente de todo el mundo, vio desde la ventana alejarse el
barco de la Bahía. Un viaje para encontrarse a sí misma, sin duda. No podía
desaprovecharlo. Día 1: un primer telegrama tendido sobre la cama lo cambiaría
todo: “Te voy a describir el punto exacto de tu destino. Sólo tienes que seguir
las señales. Sólo aquí tienes la respuesta a todas tus preguntas Sé puntual, pues
será tu última oportunidad para encontrarte a ti misma…”. No tenía nada que
perder, una vez llegados a aquel punto, viajando sola en un barco sin rumbo.
Entonces se armó de valor y lo intentó, se atrevió a dejarse llevar por
sucesivos telegramas impregnados con señales y frases que le atrapaban… que le
marcaban un camino incierto, aprovechando su vulnerabilidad. Sería la brújula que marcaría la dirección de
su destino final. Una especie de juego de “en busca del tesoro”, pero mucho más
serio y formal.
A partir de aquel instante, el viaje se convirtió en una
carrera contra reloj para Ela. No podía perder un instante en recoger los
telegramas misteriosos en diferentes partes del Transatlántico y descifrar sus
palabras en clave, que curiosamente comprendía como escrito por ella. Aquellas
notas parecían conocerla mejor que ella misma. Día 2: Próxima parada, costas de
Sicilia. Los amaneceres más bellos jamás contemplados desde la cubierta del
Transatlántico. Día 3: Desembarco en Costas tunecinas. Final del trayecto.
Y
al final de la colina, rodeado de un inmenso valle, la estación de conexión. No
era el tren más veloz, ni el más confortable, pero ahora que había llegado el
momento, casi le daba lástima bajarse. Desde que se subió, hacía ya demasiadas
horas para contarlas, había cruzado pueblos, ríos, campos interminables… 12 horas
de ida. Taxi al aeropuerto de alguna ciudad perdida en medio del continente
Africano. El bolso lleno de buenos propósitos. Telegramas en el bolsillo.
Lugares secretos en guías de turista, cámara de fotos sin estrenar, papeles desordenados,
energía y ansiedad de volver... de volver a ser.
Leonardo
la esperaba en un avión militar privado. Una vez le dieron por muerto, ocurrió
justo lo contrario: nació de nuevo, y volvió a vivir con más fuerza tras aquel
combate de Guerra, sin vencedores ni vencidos. Y es que cuando descubrió que la
vida le había dado otra oportunidad para vivir, cuando ya había perdido las
ganas y motivación, tenía que dibujar el camino de Ela para guiarla hacia él,
su única aliciente tras perderlo todo. Y manos a la obra así lo hizo, dándole
pistas de dónde dirigirse, a través de señales que sólo ella entendía. Para
provocar un reencuentro mágico e inesperado. Él le ayudó a encontrarse a ella,
y a encontrarle a él. Como un juego de niños. Fundidos en un eterno abrazo. Entonces
comprendió que el viaje de ida y vuelta no es el mismo viaje. Ir, suena a
experiencia. Volver, a destino. Y es que con alguien se encuentra mucho mejor,
cuando andas perdido.
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