#microcuento

En un frío atardecer de invierno, con olor a final y nuevos comienzos, el reflejo del árbol de Navidad sin decorar en la ventana, empañada por las gotas de sudor después del buen sexo. Y más allá del frágil cristal, las luces de las lúgubres farolas apuntan expectantes al viejo reloj de sol de la plaza del pueblo, que se prepara para narrar una cuenta atrás anunciada. Observar la chimenea encendida por la pasión que albergan nuestros cuerpos desnudos. Una llama que crece, alimentada por los malos y antiguos recuerdos, que hoy dejamos morir en ella. Una llama que refleja el futuro prometedor, y los sueños dormidos que jamás se cumplieron. Nunca las uvas de la suerte dieron tanto de qué hablar, en un eterno año para olvidar. Dos copas de champán a medio llenar, con sabor a deliciosas promesas en nuestros labios, aún sin mencionar. Pero que cada noche nos susurrábamos al despertar. Otro año nuevo que celebrar, y otro año viejo que dejar marchar... justo cuando el calendario 2020 se rompe en mil pedazos. Nuestra última noche en una ciudad que entona al amanecer el villancico de su triste historia. Dos miradas con un brillo  especial que se unen pasada la media noche tras el brindis final, para comenzar a escribir un libro en blanco. Sin destino, sin prisa, sin rumbo... sin descanso.

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