Paraguas de mármol
Llueve…
pero hace mucho, mucho tiempo que a mí ya no me alcanzan las gotas de lluvia.
Pasan muy cerca, pero ya no se atreven a rozar una piel que hace tiempo dejé de
habitar. Ahora, cuando la tormenta alcanza su punto álgido, corro a refugiarme
donde las calles pierden su nombre y los transeúntes declaran su amor
anónimamente en cada encuentro, que jamás llegó a producirse, pero que siempre
estuvo muy presente en las mentes de inocentes que pierden el rumbo al caer la
noche, mientras su mente se ausenta… pero su cuerpo aún sigue presente. Es algo
que aprendí, que la lluvia no moja por las leyes físicas de la gravedad demostradas
hasta hoy. La lluvia moja por las preocupaciones que habitan en nuestro ser,
que cada día se hacen más fuertes, acumulándose como agua en el alma, sin saber
qué hacer. No fue mi cuerpo, sino mi mente la que decidió decir basta. No
quiero mojarme más, dijo una vez… más sino que de lluvia sana, que limpie las
toxinas del estrés que se acumulan en un cuerpo imposible de reconocer.
Antes
no comprendía, cada vez que salía y llovía… el agua derramada por mi cuerpo me
hacía pequeña, y a la vez marchitaba mis fuerzas. A nadie más le ocurría. En
esas mismas calles sin nombrar, los transeúntes se detenían, uno frente al
otro, lloviendo a cántaros… pero nadie le daba más importancia de la que tenía.
Destapando sus objetivos más insospechados, mediante un ritual privado de
palabras y gestos que sólo ellos entendían. Transeúntes normales que paseaban
de turistas, gente humilde que luchaba cada día para sacar adelante un hogar,
una economía que cada vez era más precaria, viviendo en la ruina… pero aún así
sonriendo y sacando fuerzas o inventándolas, si no las tenían a mano en ese
momento. Gente que parecía tenerlo todo, pero que no tenían nada. Perfiles
distintos que habitaban las calles sombrías, compartiendo un destino que cada
cual sabía cómo le trataría. Pero todos ellos con algo en común, sin paraguas en la mano... aprendieron a vivir
esquivando la lluvia o bien aguantar la caída, pero sólo mientras durara su
recorrido hasta el suelo. Antes de llegar a casa se secaban, no la llevaban
consigo. Dejaban charcos a su paso que quedarían pronto en olvido. Agua, sólo
agua sin contenido. Era admirable, cuando yo siempre llevaba mi paraguas de
mármol, para esconder mi vulnerabilidad ante los chaparrones que con furia me
caían cada día que decidía salir…aunque a veces ni siquiera llovía. Pero me
mojaba, y mucho… mi cuerpo no podía absorber tanto agua, y cada gota que
resbalaba por mi espalda me hacía sentir más culpable, más pesada… sola ante la
nada. Y yo con el pelo empapado, bajo la
lluvia y cabizbaja, no se me ocurría otra cosa que refugiarme, cobijarme
cobarde, cerrando los ojos… hasta que mi piel secara. Pero no lo hacía,
llegando a casa cada día calada hasta el alma.
Mientras, la gente seguía su ritmo, nada detenía sus pasos húmedos aunque la tormenta amenazara y cumpliera sus plegarias. No tenía motivos para salir, demasiados chaparrones me encontraba…pero tampoco tenía razones para quedarme sentada, esperando a que por fin descampara. Por eso hoy, espero y observo desde la ventana a que el velo mojado se haga cada vez más tupido, que las cortinas de lluvia no me dejen ver más allá de la primera esquina… y entonces me lanzo a crucero, con los pies perdidos de barro hasta llegar a su casa. Y con el vendaval de mi lado abrir sus ventanas, y romper los cristales si hiciera falta, para gritar que lo he conseguido. He hecho llover y llegué seca…las gotas de agua resbalan, ya no creo en los problemas más que para amortiguar su caída, pero no me los llevo si salgo de mi escondite donde un día tuve miedo a dejar de vivir cuando aún seguía viviendo. Ya no necesité paraguas para detener los males cuando lluevan, porque hoy aprendí a que todo importe menos…a ver siempre el lado bueno, que no es otro que poder mojar mi cuerpo con las gotas que precipitan al vacío incierto entre nubarrones de problemas que alguien ha de asumir, es cierto... ese alguien que pretenda detener la lluvia y no enfrentarse a ella. Pero no seré yo siempre, mi cuerpo necesita una tregua para asimilar lo de ayer, antes de absorber problemas nuevos. Hoy no duele, mañana ya veremos. Hoy me declaro de secano, evito bañarme en el mar y la montaña prefiero escalar…para estar más cerca del aire seco, no de la humedad que trae consigo los males, que hoy ya aprendí a esquivar...
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