BRÚJULAS
"No es lo mismo llamar al diablo, que verlo venir." Frase que se reflejó en su cabeza como un relámpago en el horizonte. Todavía sonríe recordando frases suyas, y observando la manera en que van cobrando algún tipo de sentido en su vida. Nadie hay más sabio que una madre, poniendo peldaños al camino de una vida sin instrucciones. Pero llega un día en el que es la propia experiencia la que termina la obra.
Tomó el café de las cuatro sola en su apartamento, con un cigarrillo en el balcón, como se debe. Le encanta la sensación de ir a trabajar temprano y regresar a media tarde habiendo terminado la mitad de las tareas y poder acostarse a dormir, levantarse es tan enriquecedor después… es como una mañana, pero de las que no pesa. Últimamente ha estado pensando mucho, tal vez más de lo que debería. Hay ocasiones en las que desearía poder callar esa mente tan inquieta y revoltosa y seguir estando tranquila, pero simplemente siente que no puede. Que algo le domina. La conversación de hace tres noches con Helena y con Dani, despertó viejos fantasmas en su memoria (que en cambio seguía dormida) y no pudo más que enviarle un correo electrónico a Berta para desahogar novedades ocultas y ancladas en el tiempo, y cerrar heridas que aún seguían doliendo. Un llanto y tres palabras de ánimo enviadas por mail al otro lado del charco. Si conserva la misma dirección de hace dos años, tendrá noticias suyas pronto. Intenta convencerse a sí misma de que todo este silencio, de que toda esta paz que sintió hasta hace un par de días no era solo un castillo en el aire y que ya, de una vez por todas, puede estar tranquila consigo misma ,y sin saber por qué, siente que necesita cerrar el círculo con ella. Etapas que marcan los ritmos desacelerados de un pasado inundado de escasez de contacto y de puertas abiertas hacia un camino de engaño. Es hora de crecer por dentro, gracias a mamá lo hizo por fuera.
En el día más lluvioso del año, mientras estuvo en el café escribiendo en su viejo portátil, hablaba con su buena amiga Helena y le contaba la dificultad de comprender cómo es que ha tenido la templanza de dominar tan bien tantos sentimientos y encontrarse perdida frente a tantos recuerdos. Helena piensa que se engañaba continuamente a sí misma, que no tiene remedio mientras no enfrente sus propios demonios. Ella cree que ya ha enfrentado los peores, que lo que le queda es dar batalla a una que otra tontería y seguir, seguir con su vida sonriendo, ¿eso es lo que debería hacer, no?
Recuerda que su madre siempre le decía que no se detuviera sobre un mismo pensamiento de lo que pasó, de lo que dijimos, de lo que pensamos; que al fin y al cabo hay que movernos, buscar más cosas por hacer, más cosas en las que pensar. Por ahora, está escribiendo un diario de recuerdos, pensamientos, tonterías y anécdotas de una vida zanjada, para no quedar anclada, cuando cambiar de rumbo supone cambiar de etapa y la orientación se gana sin mapas y sin brújulas que valgan, sólo abriendo los ojos a la vida que corre fuera y manteniendo la cabeza bien alta. Desde entonces, sólo piensa en cerrar y volver a empezar, empezar y abrir, cerrar, empezar. Cigarrillos y café… sombrero y libreta para que nada de lo que suceda se pierda. Que venga el mundo, que acaba de despertar a este otro lado del sueño. Y como de costumbre, la luna acude a su cita puntual con la noche, y ella sólo piensa en escribir desde el café, a ver si se ven, si nos vemos tal vez...
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