LAS UVAS DE “LA BUENA SUERTE”
Y como un final de año más, abrí la puerta de la habitación y la vi, ahí estaba. Tumbada en la cama. Sin ninguna motivación o ilusión. Sin ganas de vivir. Sin ganas de hacer nada. Lo cierto es que no me gusta verla así. Cada vez que entro en la habitación y la encuentro ahí, sola y acurrucada entre la frías sábanas siento un vacío interno. Hace tiempo que ya no salimos juntas a ninguna parte. Nuestros caminos parecieron separarse cuando llegaron los problemas a casa. Paso de puntillas por delante de las fotografías de mamá y los abuelos. Tan sonrientes y guapos, como siempre. Y mientras tanto, ella ahí sigue, inmóvil.
Miro
el reloj de pared. Tenemos tiempo. En seis horas dará comienzo un nuevo año.
Comienza la cuenta atrás y los mensajes típicos cargados de buenos deseos y
esperanza irrumpen en la tranquilidad del ambiente. Vacío y en calma. Y en el
buzón de voz quebrando el maldito silencio dos llamadas. La primera de Alex,
que manda sus felicitaciones desde Islandia con un extraño acento de la
comarca, y otra de Julia, impaciente porque acabe el año y volver a
reencontrarnos. Lo cierto es que no les veo desde el instituto, espero que todo
vaya genial, pero no puedo responder a las llamadas ni mensajes. Los ánimos me
fallaron como mis fuerzas hace tiempo. Porque me falta el mensaje más importante,
el de Alejandro. Me dijo que le quedaba grande la situación y sin aparente
motivo el tiempo nos alejó, dejamos de vernos. Sin más. Un día me desperté con
aquella nota en la almohada y ya estaba de camino a Londres. No soy capaz de
olvidar, tal vez perdone algún día aquellas frías palabras por mensaje de un 4
de Abril.
Desde
aquel día, no soy capaz de dar un paso al frente sin que una sensación de miedo
e impotencia me recorra la espalda. Me miro al espejo y hace tiempo que no veo
nada. Sólo una silueta oscura sin forma ni expresión, a la que hace tiempo
dejaron de irle bien las cosas y decidió aislarse del mundo para tomarse su
tiempo, despacito y sorbo a sorbo para asimilar mejor los últimos
acontecimientos repentinos. Y todo eso sucede desde que ella está ahí, tumbada
e inerte entre las frías sábanas de mi cama.
Ya no
me atrevo a destapar mis sentimientos. No soy sincera conmigo misma. Me encuentro enfrascada en mis pensamientos
cada día, que hace tiempo que quieren volar y salir a explorar un mundo de
fantasía, venciendo el miedo y los prejuicios del mundo real. Tengo ganas de
reír y a la vez de llorar. Es extraño. Una mezcla de sentimientos que inundan
un torbellino de sucesos y emociones, justo antes de otro fin de año bien
acompañada pero en soledad, que está a punto de estallar en nuestros hogares,
en forma de confeti y champán del bueno.
Abro
el armario para disfrazar la parte de mí que dejó de gustarme, y el leve crujir
de la madera empotrada hace mover un poco las sábanas y la almohada humedecida
por las lágrimas. Me doy media vuelta y fijo la mirada en la fría cama. Aquella
cama que me parece cada vez más grande y solitaria desde aquel día en el que nada
volvió a ser igual. Echo un vistazo a los vestidos de fiesta llenos de polvo y
casi telarañas y decido que me lo jugaré todo al rojo (por seguir tradiciones y
protocolos, claro está). Desenvuelvo el collar de perlas de la bolsita de
terciopelo verde botella de la abuela, y saco con mimo la pulsera de diamantes
burdeos del cajón de la mesilla de noche de Alejandro. Dudo si ponérmela porque
no quiero atraer más desgracias, pero la verdad es que me encanta y es sólo un
objeto más al fin y al cabo. El broche final son los pendientes de estrella de
mi madre. Para esas ocasiones especiales que recuerdan que siempre me acompaña
esté donde esté. Y arriba del armario, en el compartimento de la derecha, con
ayuda de la banqueta de piel negra intento alcanzar los zapatos de tacón negros
que llevaban guardados desde el día de mi graduación. Una nube de polvo
recorrió en aquel momento mi cuarto y el olor a buenos recuerdos lo invadió
todo por un momento.
Nunca
entendí muy bien cómo acabé trabajando en publicidad si estudie historia del
arte. Pero la vida da muchas vueltas, como todo, y la peonza se detiene justo
apuntando al destino menos pensado. Suele pasar. El timbre interrumpe mis
reflexiones fugaces y pego un respingo. Suena la puerta. Bajo las escaleras
echando un último vistazo a la cama que permanece sin cambios. El sueño se
apodera de ella como de costumbre, y bajo apresuradamente a abrir la puerta que
no deja de sonar insistente. La familia al completo, como es de esperar. Besos,
abrazos y mucho mucho champan para olvidar y comenzar de nuevo. Que no falte el
buen vino, por supuesto, y los langostinos para empezar en una mesa sin mantel
ni adornos que acabo de decorar.
Todos
a la mesa. No hay tiempo que perder. Risas y anécdotas que no dejan de volar
alrededor de una sobremesa que parece eterna. Algún que otro pique por las
bromas inoportunas y revelación de secretos mediante confidencias. Los jóvenes
acaban de empezar la noche y los adultos miran el reloj ansiosos porque den las
doce. Dulces para todos. Turrón y café para apurar la última media hora para el
desenlace. Tiempo más que de sobra para hacer mi particular recuento de un año
vacío y extraño que facilita alargar el listado de propósitos y deseos para el
nuevo año. Nunca he tenido tanta prisa porque comenzara Enero, así que creo que
me sumo a los mayores, que ya les rinde el sueño en sillas y sillones y les va
sobrando el tiempo que no corre y está vago como ellos.
Empiezo
a preparar los vasitos con las doce tradicionales uvas y saco las cajas de
confeti que ha traído el primo Bruno. Siempre tan detallista. La inmensidad de
la casa me traga en un bucle de gente que se arremolina ante el televisor
buscando una cadena decente para seguir la retrasmisión en directo de las
campanadas. Quince minutos. Vasos en mano y botellas de champán en la mesa que
aguardan impacientes que dé comienzo el año.
Y cuando
la alegría se encuentra en su máximo apogeo… parece que se ha ido la luz, no
llegamos a los cuartos. Cunde el pánico. Subo a la habitación para localizar
una linterna urgentemente e intentar solucionar el desastre que impida despedir
el año en la más absoluta oscuridad. Entonces cruzo la puerta y miro
instintivamente a mi cama al escuchar un leve crujido. Sonrío y me guiño un ojo
en el espejo a mí misma. Entonces la veo allí esperándome y sonriendo. Es mi
suerte, parece que se ha despertado antes de tomar las doce uvas.
Bajo
las escaleras apresurada ante la confusión y tropiezo con una carta de hace
semanas, abandonada en el cuarto escalón que conduce al hall del salón. Oigo
cómo suena la cuenta atrás y todo el mundo nervioso me empieza a reclamar. Diez
minutos. Suficientes para leer la carta… ahora sí creo que la suerte me
acompaña. Abro el sobre a toda velocidad y dejo caer una tarjeta. Es de Alejandro.
Me desea que pase unas felices fiestas de forma muy cordial. Parece que regresa
a Madrid desde Londres a recibir el nuevo año con la familia. Me dice que
siente la manera en la que terminamos y que espera que este nuevo año tenga
mucha suerte y buenos momentos.
Alcanzo
el hall de forma milagrosa y encuentro otra carta en el recibidor abandonada.
Beca para el máster en marketing concedida. Parece que las cosas se van
solucionando solas cuando menos lo esperas. Cinco minutos. Parece que ha vuelto
la luz. Me quito los tacones para llegar rápidamente al salón y tomar
posiciones al lado de papá y el tío Jorge, que me esperan con ansiedad. Me
pongo en medio y me ofrecen el vasito con las doce uvas, rodeándome cada uno
con el brazo. Vuelvo a sentir el confort después de tantos meses. Las cosas
parecen igual, parece que el tiempo se detiene por un momento. Dos minutos.
Suena la puerta. Mi corazón se detiene. Tengo que abrir. Ahora presiento que la
suerte me acompaña, soy más fuerte y no puede surgir nada malo en el último
instante a puertas de un año que promete ser mejor. Al contrario, todo está
volviendo a su sitio en el último momento y de la forma más inesperada.
Me
pongo el chal de lino que me trajo Berta de su viaje a Italia. Abro de par en
par la puerta y ahí está. Inmóvil con su mejor sonrisa… Alejandro. Reencuentro
inseparable que explota en el beso más apasionado, cuando dos miradas
solitarias lo cuentan todo y las palabras dan media vuelta para marcharse. Mientras
al fondo de la sala, comienzan a sonar los gritos y las botellas desconchadas.
Y en frente en el horizonte sin estrellas, un par de enamorados empezando de
nuevo, ante un mar de fuegos artificiales que marcan oficialmente una nueva
etapa cargada de buena suerte... y sin probar ni una sola de las doce uvas. A
partir de entonces supe que la suerte aparece cuando menos lo esperas. Y cada
vez que da comienzo el año nuevo y mi familia prepara las doce uvas… sonrío y
me siento a observar cómo se va otro año más.
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