#microcuento

A la mañana siguiente, después de una noche de pasión, sexo, drogas, alcohol y reflexión en la soledad de su habitación, en su cabeza todo daba vueltas y comenzaban a sonar los primeros murmullos, tras meses de silencio y calma. Instante en el que la misteriosa dama, de personalidad reservada, que cada día se asomaba al balcón ocultando su rostro, comenzó a mostrar su sonrisa a través del cristal de su escondite favorito. De repente bajó su mirada a las calles empedradas, que dibujaban la silueta de unos canales sin agua. Por fin el mundo volvía a girar con fuerza y con ganas allá afuera, enmarcado en una nube de color y esperanza, testigo de los primeros abrazos, besos, risas y confidencias entre una multitud desorientada. Las anécdotas resonaban en el viento. El fin del confinamiento había llegado. La luz apareció de golpe al final de un túnel a medio cabar. Pero aún faltabas tú por destapar tu cuerpo ante mi mirada -triste eterna y solitaria- simulando el último encuentro. Y mientras el universo seguía avanzando sin nosotros, dejamos escapar al tiempo, ahora congelado entre unas sábanas manchadas de carmín, con sabor a lo tradicional, que poco a poco dejaría paso al inconfundible fresco aroma de la novedad.

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