JUEGO DE CARTAS. SIEMPRE UN AS EN LA MANGA.
El otro día, pensando y pensando (manía que tenemos
muchos humanos, por cierto, y tal vez algunos animales, aunque hasta ahí no he
investigado)… llegué a una conclusión. Tal vez me tachen de incoherente, porque
lo que voy a decir parece una locura… pero no lo es. Haciendo un fugaz repaso
por los años invertidos en la carrera universitaria (pocos, pero unos cuantos
para lo corta que es la vida, si así lo miramos) … tantas horas entre libros,
clases, bibliotecas, programas, agendas y trabajos (que llegaron a ser
prioridad en mi vida con el tiempo) y al vivir ya ciertas experiencias en otra
etapa (sí, después de la universidad hay vida), te das cuenta de que lo
importante en realidad es SABER JUGAR BIEN A LAS CARTAS. Tan simple como eso,
callaré las voces de asombro en este momento.
Pues bien, en los campus de las facultades siempre se
podían apreciar tres grupos de gente, bien diferenciados (y así seguirá siendo,
no creo que tanto haya cambiado): aquellos que pasaban largos ratos de las
jornadas lectivas al aire libre, en los patios disfrutando del buen tiempo en
buena compañía; por otro lado, estaban aquellos que siempre tenían un lugar
reservado en la cafetería (los que llegaban a hacerse “expertos” en jugar al
mus); y aquellos que pasaban la mayor parte de las horas entre clases y la
biblioteca (el aseo no se cuenta, lo digo por si acaso). Sin duda y, aunque he
tenido mis inolvidables ratos “gloriosos”, podría catalogarme en el último
grupo. Sabio te haces un rato, eso sí, ni qué decir tiene, no lo discuto (apenas).
Tanto es así, que acabas sabiéndote todos los manuales… y alguno del vecino
(los de aquel fiel grupo a lo lectivo, digo, porque el MARCA no cuenta), y
aprendes a hablar como el profesor (claro, cinco años oyéndoles solamente a
ellos, casi…¡y tan casi!... como si nos hubiesen criado). Te haces culto “a lo
bestia”, cogiendo un “eje” y unos “giros” en tu vocabulario que ni tú mismo te
reconoces (puedo jurarlo, tu vida se conecta de tal manera en modo “intelectual”
que ni tu mismo te entiendes a veces), pero bueno, bromas aparte…
La cuestión es que, en esos años, donde la inteligencia
“supuestamente” rompe fronteras, dejas por experimentar una parte fundamental,
que ni el mejor profesor ni el más prestigioso manual logra enseñarte jamás:
SABER VIVIR (y no me refiero al famoso programa de tv). Esto va más allá… la
vida es la mejor lección para estudiar, dicen, te enseña de los errores y
también de los aciertos. Pero yo he de reconocer que lo pasé un poco por alto,
centrándome en manuales y discursos aprendidos. Si hay algo de lo que podría
arrepentirme de mi paso por la facultad es no haber prestado atención
suficiente a ciertos detalles, que son los que de verdad vendrían bien para el
día a día y que no lo dicen los libros. Entonces, cada vez que siento la
necesidad de mirar atrás, de recordar (no sé si tiempos mejores o simplemente
otros tiempos) pienso: es que lo que tiene acudir siempre a las clases de la
facultad, cumpliendo un programa “a rajatabla”, es que me olvidé de vivir…
olvidé acudir a “las clases de jugar al mus”, que en definitiva son las que me
hubiesen aportado las habilidades para lidiar con la vida. Y ahora, fuera de
aquel campo de batalla de tantas idas y venidas, estoy aprendiendo a vivir la
vida que, en realidad, no viene en ninguno de los manuales que tuvimos que
estudiar, creo que las mejores lecciones se quedaron en la cafetería… con las
interminables partidas de mus. He aquí, la vida como un juego de cartas…menos
mal que al menos guardo un “as en la manga”, de aquellas barajas que se
quedaron sin recoger sobre las mesas, un día que me lo pensé mejor y volví a
por ellas… pero la partida había terminado…las cogí para jugar fuera de allí, haciendo
y emprendiendo mi nueva vida, pero ya en solitario.
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