BEBIENDO PALABRAS DE UN SORBO
Odia las esquinas dobladas en las páginas, los desenlaces
evidentes y las risas enlatadas en las comedias americanas, que tanto enganchan
a la gente. Le gusta el olor a mar, cantar a escondidas y rasgar las etiquetas
de las bebidas. Nunca tiene premio, de esos que espera encontrar para dejarlo
todo y salir corriendo. Cuando está aburrida lee la página 777 de libros al
azar, para buscar casualidades que jamás encontrará. El placer de comparar
entre dos mundos paralelos, que mucho tienen que ver sin conocerse de nada.
Ahora incompatibles, entiende, pues cae por su propio peso. Su vicio oculto: alimentarse
de palabras nunca mencionadas, de aquellas que su pensamiento transmite pero
que su boca no dice. A veces también hace otras cosas. Su risa nunca es puntual, siempre
llega tarde últimamente, o al final no sabe llegar. Se pierde.
Despierta al suspiro que les separó, cuando recuerda
aquel día en que todo terminó. Se le ocurrió volver una vez más al lugar
prometido… y no quedaba nadie ya. Eso pasó por medir el tiempo en latidos,
pensó. Comprendió que la máquina del tiempo sólo viajaba hacia delante, y el
conejo blanco está cansado de ser perseguido. Hora de abandonar el piso. Echará
de menos “la habitación de las ventanas”, o balcón en el sentido más estricto.
Recogerá las últimas pertenencias… cuando ya todo está recogido. Precisamente
eso, quedan las palabras que se guardó y nunca dijo. Por aquello de no ofender
y quedar bien. Pero suyas son, cree ella. No puede dejar que se esparzan por la
habitación, ya inhabitada, gritando sin sentido las frases que acabaron con una
historia de amor, hoy olvido. Las saca del cajón de la mesilla de noche, y las
vierte en un vaso, tal vez vuelva a necesitarlas, porque tan ingeniosas
resultan como para volver a ser inventadas. Mucha imaginación hay que tener
para volver a fabricarlas. Recogiendo y guardando palabras, un último vistazo a
las vistas panorámicas, a esas vistas de Madrid a 180º que tan pronto se
volvieron grises sin niebla, sin espacio para colocar la cama y morir
figuradamente de frío las noches de invierno y alguna tarde templada. Sólo cabe
ella, sus recuerdos y un rincón para las palabras que no quiere llevarse, pues
se arrepiente de ellas y en su mente ya no caben. Pero no puede dejarlas allí,
y ella bien lo sabe.
Y a pesar de todo, echará de menos la habitación
insonorizada donde sólo rebota el eco de las palabras no mencionadas a nadie,
si acaso cuando estaba sola. El vuelo sale en tres horas, cuanto más recoge la
habitación más pequeña se vuelve. Ya no queda nada, el silencio reina, y las
palabras ordenadas para ser transportadas en el vaso de fino cristal que piensa
tomar. Cinco minutos y todo habrá terminado. Tantas vivencias entre cuatro
paredes que hoy quedan desmontadas entre conversaciones ausentes. No funcionó,
es lo que hay, es lo que tiene esto de fiarse demasiado de la mejor persona que
dijo ser, y luego desilusión tras otra… debió de suceder. Ya está listo todo,
maletas en la entrada, último vistazo y asegurarse de que no queda nada, sobre
todo que guarda consigo las palabras que tanto duelen y por eso las calla. Que
no quede ninguna manchando el ambiente, para que los dueños siguientes vivan
contentos y sonrientes. Ahora sí, ya ve el vaso medio lleno, en sentido
literal. Puede partir, se puede marchar - Hora
de salir, comenta el reloj desde el comedor.
La puerta se abre para ser cerrada a continuación y poder
pasar página. Última lágrima, que su vaso de palabras atrapa. Último sorbo y
final de una historia que duele en el alma. Pero un imprevisto deshace el
instante. Tremendo grito revienta los cristales. Minutos después, su cuerpo en
la entrada yace. ¿Qué pasó? Se ahogó con las palabras no dichas, con aquellas
tan tremendas que quiso guardar para ella, para no dañar a nadie, y que decidió
callar en su momento, para no empeorar la situación y dañarse ella. Ya es tarde
para ella, pero para nosotros no. Aprender a desahogar todo lo que tengamos que
decir, para no asfixiarnos, que callar es peor y no nos hace más sabios, por
acumular palabras que, de tanto retenerlas, al final nos acaban matando. Porque
también son parte de nuestra historia, y como tal , merecen ser escuchadas, o
al menos, ser escritas en la memoria...¿qué pasa por tu mente? Nada nunca,
seguro que algo.
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