SABOREANDO EL MOMENTO


No iba a ser como un día cualquiera, lo supe en cuanto la suave brisa de finales de verano y la luz del amanecer se colaba tímidamente por la ventana. La palabra “sorpresa” y expectación se reflejaba por cada esquina y rincón más insospechado de la habitación. Y en frente de la cama, una maleta, un bolso de mano y un sombrero de paja esperaban pacientemente el traslado. No podía esperar ni un minuto más para descubrir lo que el destino me había preparado. No podía dejar escapar ni un segundo de aquel día que prometía ser de lo más especial, de aquellos que sólo ocurren una vez en la vida y permanecen para el recuerdo, pues nunca más te volverás a encontrar con ellos.
Ducha, desayuno y equipaje en mano para pasar el fin de semana que podría cambiarlo todo….o tal vez nada de nada, dejarlo peor o como estaba. Y en la puerta de casa, un Mercedes negro esperaba, no un coche cualquiera, sino aquel que contenía el pasaporte a una nueva experiencia que podría convertirse en una nueva vida, muy lejos de la que recordaba. Quedaba poco, muy poco para descubrir el contenido exacto de lo que ayer eran palabras de esperanza escritas en forma de sms, tras años sin hablar pero que apuntaban a un reencuentro inolvidable. La improvisación iría desembocando en pistas cada vez más evidentes según fuéramos avanzando. El destino parecía estar de nuestra parte. Y allí estaba él sentado, traje chaqueta y gafas de sol…no faltaba detalle para que el viaje fuera perfecto, cargado de emoción. Arrancamos dos minutos después de saludarnos…sin GPS por cierto, para no desvelar nada del destino programado, para mí totalmente incierto. Mi música favorita y agradable charla, todo lo que necesitaba para desprenderme del estrés y tantos disgustos que el trabajo y mi vida personal me habían dado estas últimas semanas atrás.
 
Necesitaba un cambio de aires, aunque fueran tres días…y lo necesitaba ya. ¿Quién sabe? Igual ya no volvía. Todo estaba perfectamente calculado, un gran hotel de cinco estrellas en medio de una colina de algún lugar perdido del norte de España, que ni yo misma intuía. La información al respecto brillaba por su ausencia, pero nada más emocionante que eso...no esperaba más que conocer únicamente en el momento. Decidí no pensar, dejar que sucediera lo que tuviera que pasar…solo sabía que era una prueba para saber si la relación tenía sentido o no. Tantos años siendo íntimos...tal vez fuera el momento de llegar más lejos.

 
Como si de una reina se tratara, sentí que no podía pedir nada más. Todo era perfecto. El ambiente que envolvía un maravilloso entorno con vistas a las más impresionantes praderas y montañas que jamás habría imaginado…ni en los cuentos de hadas se habían inventado. El mobiliario de madera contrastaba con la blanca decoración que daba luz a la inmensa habitación. No podía pedir más, por un instante lo tuve todo con quien yo realmente deseaba. Me instalé rápidamente para no perder ni un segundo de aquel mágico día, del cual aún no había descubierto nada…y ya me impresionaba. La sensación era de liberación y euforia, no sabría bien cómo explicarlo. Pero la felicidad era protagonista de aquella historia, de la cual imposible predecir el rumbo que tomarían las cosas.

Y desde que el aparca coches se llevó el Mercedes, ni rastro de Peter. La ausencia típica de preparación de la sorpresa, pensé, motivo por el que allí estábamos. La primera noche no defraudó, merecía una cena por todo lo alto y disfrutar de los servicios y alrededores de la estancia. Charlas y confidencias entre dos, se quedarían ocultas en la terraza de una habitación que guardaría el secreto frente a otros transeúntes que pudieran pasar en otros tiempos. La luna aguardaba un feliz comienzo…una declaración de intenciones que esperaría que llegara…en algún momento y en algún lugar de aquel paisaje nórdico que hacía preguntarse a sí mismo por qué existiría la ciudad, una vez hallado el paraíso.
Aquel fue sin duda el día más maravilloso de mi vida, de aquellos tan perfectos que es imposible que vuelvan a suceder, a pesar de su final. Experiencia inolvidable que pudo cambiar mi vida, pero que sólo me hizo abrir más los ojos y pensar que la perfección sólo existe en los cuentos de hadas…pero que estamos aquí para vivir el momento que nos brindan, para sacar algo bueno de lo que jamás es eterno.

Pues bien, ese fin de semana terminó, como otro cualquiera, pero con el pequeño detalle de haber pasado los momentos más maravillosos de mi vida, los cuales terminaron cuando, en el hotel, Peter me presentó a su familia…a su mujer, a sus hijos, un exitoso trabajo que acababa de conseguir en una multinacional del acero…en definitiva, su envidiable vida que empezaría allí cerca, de la que yo nunca participaría. Era su ilusión, pero no la mía. Creo que me confundí yo, el solo quería hacerme partícipe de su alegría, como buena amiga. Dejé a un lado mi actitud egoísta porque él siempre habló de guardar una gran sorpresa, que fuera o no para mí era solo interpretación mía…él era feliz, y yo me llevé los momentos más perfectos e irrepetibles que jamás tendría, y eso fue lo que me traje de vuelta a Madrid…intentando alegrarme por él, y conservando el recuerdo de la maravillosa experiencia agradecí que se aclararan todas todas mis ideas.
No fue exactamente como yo había imaginado, claro, pero tampoco me arrepentí de ir, pues en verdad me sorprendió, me hizo sentir reina por un día y la sinceridad volvió a mi vida…aparte de todo aquello que no fue más que idea mía. Parece increíble, pero sé que no podría pedir más de aquel maravilloso día… esta es una de las muchas historias que nos hacen reflexionar acerca de las paradojas de la vida, que muchas son, formando nuestro día a día, que en verdad es lo que importa, cargando el instante de esperanzas e ilusión...por si alguien aún no lo sabía.

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