“CORRE, DIJO LA TORTUGA...”
Eran las dos de la mañana, y una hora más tarde
eran las cuatro (al menos es lo que dice el reloj que ocurre en mi cuarto). ¡Caray, cómo pasa el tiempo!. No puedes
distraerte ni un momento. Parece que hoy se ha puesto las zapatillas de deporte
y está dispuesto a ganar el reto, a echar una carrera contrarreloj, a darlo todo
en cuanto vea aparecer el sol… siempre tan puntual, cada mañana y a una hora
exacta, nunca se retrasa. Está decidido, y nada ni nadie puede detenerlo.
No espera, la ligera ventaja es suficiente para no poder remontar, sin apenas dejarte negociar. La meta aún
queda lejos y yo buscando la paciencia por todos lados, por cada rincón de la
casa. Pero nada, aún no la he encontrado. El tiempo tiene un carácter nervioso, me contagia sus prisas e ignora que quiera estar tranquila. Cada momento que transita parecen meses,
años, décadas y siglos, que el velo de la lentitud ya ha tapado, pues el tiempo ha
aprendido a volar, y yo aquí observando las horas pasar…todavía sin alas para
poder adaptar mi cuerpo a su ritmo tan frenético. Y mientras tanto, intenta
arrastrarme consigo.
Entonces me di cuenta de que el tiempo no dice nada… tan
sólo corre, simplemente pasa… y tu no puedes volver atrás porque sin él es
inviable cualquier retroceso, la aventura de viajar en el tiempo, dicen, pero
yo diría con el tiempo para poder llegar a aquel futuro incierto que, hasta que no
aterrizas, todo puede sorprender por no quedar al descubierto
lo que va a pasar. Y yo, sentada en la cama luchando por no quedarme atrás en
el viaje. Dije “espera que el tiempo sea quien decida dónde ir”, pero el no
decide, tan solo vuela y se limita a transitar deprisa, pero sin rumbo... las
direcciones se mantienen intactas, esperando a que yo las diseñara. Y cuando
pienso no puedo, no me da tiempo… es precisamente cuando el tiempo me lo da
todo. Instantes de gloria, instantes de lágrimas, momentos vacíos y otros que
sin percibirlos simplemente transcurren, deambulando por mi cuarto sin yo poder
atraparlos, sin yo poder hacer nada para liberarlos y hacerlos míos. Son
momentos atrapados por ese tiempo que avanza, pero que deja atrás instantes que
decidieron no seguirle… y como yo se quedaron, no le acompañaron, porque el ritmo
del tiempo es fuerte, cansa, desgasta, desmotiva a veces ver cómo avanza y quedarse
atrás, sin poder hacer nada.
Eso pasaba, hace años, cuando el tiempo pasaba cada
día por la ventana, y haciendo un guiño invitaba a llevarme consigo en el viaje
sin límites para él, pero con parada escrita para mí. Me daba miedo subir
pensando y creyendo que un día tendría que abandonarlo, justo en el inevitable
y esperado punto y final de la vida, donde el tiempo seguiría su recorrido,
pero yo tendría que bajarme. Pero no lo hice, le dejé marchar, que tomara ventaja y
escapar. Y ahora estábamos descoordinados, ya no íbamos al compás, cada uno por su
lado. Pues bien, hoy yo soy la liebre, y él es la tortuga, porque decidí
atrapar cada momento y escuchar lo que tenía que decirme, lo que tenía que
ofrecerme. Y hoy, llegando a la meta, me pregunto dónde estará ese tiempo que tan
rápido parecía y que al final no pudo alcanzar mis pasos… ahora me cunden mucho
más los momentos, porque ya no dejo pasar el tiempo sin agarrar sus instantes
primero (los buenos para disfrutar y los malos para aprender a caminar), ya no dejo que me adelante, simplemente que llene mi espacio, que creí
perdido cuando deje de orientarme.
Comentarios
Publicar un comentario