ADIÓS
El cajón vacío es el punto de partida. Se tiran esos objetos que están ahí ocupando tierra desde hace meses "por si alguna vez los necesito". Nada más lejos de la realidad, al final todos acaban en el mismo sitio. Todos ellos serán inertes e inútiles por los siglos de los siglos, nadie que esté en su sano juicio los sacaría un uso adecuado… excepto alguno que otro de ellos.
La taza, esa tacita que estratégicamente
guardo en una bolsita de papel reciclado con un pequeño lacito rojo. Entonces me doy cuenta de que mi mudanza no
concluye sin ella. La taza, que me acompañó cada día y que alguna que otra vez
provocó peleas con mi compañero de piso. Era la taza del desayuno, de la
merienda y de la relajación con esencia de hierbas curativas para el dolor de
alma, aquellas noches en vela pensando ingenuamente que todo podía haber sido de
otra forma y haber tenido algún sentido. Me la llevo a mi nueva casa, pero
siempre va a ser de aquí. El origen de un amor y desamor que duró tres meses,
quitando los días laborables, claro.
Guardo el CD de esa banda de rock que él ponía siempre que llegaba tarde a casa, con una botella de champán en la cama para celebrar lo único que importaba, el ascenso al puesto soñado que nos mantendría aún más lejos, estando tan cerca…en realidad de la nada. Aquel que sonaba pero que nunca escuché, porque siempre llegaba yo más tarde que él. Sería muy hipócrita culparle solo a él. De hecho, es una palabra poco unilateral normalmente. Y entre montones de cajas sin cerrar, maletas sin concluir y sin broches que funcionen, y objetos a los que despedir para cerrar etapa…entre todo ello, el platito de mamá y los cubiertos de la abuela…la mantelería, como regalo de bodas que jamás fue, y en el recibidor el mapa de mi zona. Seguro que me pierdo, si no puedo olvidar y tengo que regresar a donde un día me hicieron pensar que sería feliz.
Tantos objetos, y tan poco tiempo para
seleccionar con lo que me quedo. Hay cosas inútiles que duelen, creo que son la
mayoría. Pero no puedo engañarme, las hay que abarcan vivencias inmejorables,
pero no las encuentro ahora. Tengo que partir, no da tiempo a buscarlas, y
mucho menos recogerlas para guardarlas. Tampoco me merecería la pena, porque
para sacar lo bueno habría que rebuscar en los cajones de pasadas agonías que
harían destapar más de un hacha de guerra, ya enterrada con la arena de la paz.
Entonces decidí vaciar todas las cajas y maletas, y quedarme y guardar sólo los recuerdos. Aquellos martes de cafecitos a su lado (lo más difícil y anecdótico era conseguir la bendita moneda de cambio, nunca llevo suelto encima), los almuerzos en el cuartito de descanso, el frío en pleno verano y el calor en invierno que sentía con aquellos eternos abrazos, las charlas sobre hombres y amor, las discusiones sobre temas existenciales que nunca tendrán respuesta y las peleas perdidas a la hora de decidir la música que escuchar que jamás llegó a sonar a la misma hora. El tiempo es mucho más valioso que en lo que lo gastamos. La última cartelera, la última nota, el último vecino, el último saludo, el último beso y este nudo en la garganta que funciona como dique a mis incontenibles lágrimas…
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