CALADAS EN CIGARROS APAGADOS

Llegados a este punto, solo entiendo de reiteraciones, como quien traza el mismo círculo indefinidamente obviando la fuerza centrífuga. Soy todas las cartas que no he enviado, los tres dedos de cerveza restantes de la noche anterior, la desidia y la calma. Dejé de fumar las palabras inventadas, y ahora se consumen sin pena ni gloria esperando quemar mis dedos, para recordarme que aún siento, sin saberlo.


Y mientras, desde el rincón de siempre de la barra del garito que nunca visité y que hoy siempre transito, saco un cigarro del paquete (creo que es el último, o al menos el único que alcanzan mis torpes dedos). Mis labios lo abrazan con delicadeza y, sin más fuego que el deseo, logro encenderlo. Las llamas nacen de la seguridad ganada, de tantos meses de lucha y de tantos momentos irrepetibles que siempre acompañan. Sólo encuentro en mí los que hacen crecer, aprender y avanzar sin corazas (cuando la vida comparte su sabiduría, aquella que a veces calla). El resto lo perdí por el camino, soy un desastre, o tal vez nunca sirvieron de nada para traerlos conmigo, ¿Quién sabe?. Mi mente da sin mi un paseo imaginativo, alrededor de los minutos en que me propongo fantasiosamente fumar el cigarro. Primero silencio, y luego una larga inspiración para pensar, ahora sí, más detenidamente… en nada.  Sólo el murmullo del silencio.  Y sobre el hueco de ese silencio, el recuerdo de una vida caducada, pero repleta de medallas de honor… nunca reconocidas, pero asignadas por la valentía derrochada. En definitiva, buen refugio para amar la vida. Quizás no supe, quizás no actué, ni fui barco ni marinero, pero si fui amante del estar, conmigo misma y con los que en mí ganaron su lugar. Bendita compañía que conservo, estando sola en el bar que induce mis más preciados recuerdos.


El cigarro ya va terminándose, y entonces pienso en las prisas, esas que la gente inventa por aquello de no llegar tarde a ningún sitio, por no haber hecho preparativos. A mí no me visitan desde hace tiempo, pues a veces no hay mejor compañía que los recuerdos de uno mismo, creo, porque allí están los momentos inolvidables y los seres más queridos cuando no pueden estar cerca. Luego nadie puede esperarme en ningún sitio, aquí me quedo, si siempre están conmigo. Otra calada y muere el tiempo de una vida caducada, y muere la memoria y, ahora sí, más sana y fuerte, me incorporo a la realidad “adulta”, a aquella que pesa por los consejos y experiencias de la mochila del paso del tiempo, pero todos necesarios para entender mi propio avance, que aún no he pensado, por cierto. Las luces se tenuan, las palabras se callan, el sonido regresa y el tiempo descansa. Abrir los ojos de nuevo, y en recuerdo de ese paseo por la “niñez” que todos llevamos dentro, llega el profundo suspiro. Y mientras, aquí estoy, aquí sigo… porque no me he ido, claro…bailando entre recuerdos que encendieron un cigarro apagado, que duró la experiencia de recordar, lo que hoy es difícil de olvidar. He aquí señores el “don” de recordar, para llevarlo al futuro en el que vamos a embarcar.

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