VISITA INESPERADA



Domingo. Eso dice mi calendario, que es muy sabio. Se detuvo el aire… pero no el oxígeno. Ambiente cargado de sueños y recuerdos esparcidos, intentando acurrucarse en rincones del olvido. Mi cuarto parece tranquilo. Flotaban sin gravedad desordenados, sin preocupación ni estrés… pero interrumpiendo la calma de todo mi ser. Sin esfuerzos, sin pretextos. No me queda más que un pedacito del ayer, guardado y archivado en sobres de papel. Y a mi lado, el infalible reloj que marca la hora de comer. ¡Cómo pasa el tiempo!, tan deprisa que casi no podemos ver hacia dónde transita. El tiempo, que de matemáticas parece saber, siempre rodeado de números, que nosotros hemos de entender, aunque seamos de letras…¡vaya por dios!, que injusto que es.

Y sobre el escritorio de mármol, papeles en blanco esparcidos y viejos libros de historia del arte apilados en estantes, aún sin ser leídos. Lo dejaré para después, aunque no se cuándo será eso... me arriesgaré, como todo en esta vida, ¿qué le vamos ha hacer?. He de terminar tantas tareas que ya no sé ni lo que estaba haciendo. Las tres en punto, he de empezar el día “en serio”… salir a correr un rato, sin pensar, y sólo para desconectar. Es lo que me pide mi cuerpo cuando me da por escuchar (a ritmo sereno hasta que note que alguien me va persiguiendo, entonces apretaré mi marcha y terminaré antes de lo calculado… eso espero). No es perder el tiempo. Es lo más productivo que hago. Si me “doy este capricho”, lo demás me saldrá bordado. Llegar a casa, mente en blanco y ducha fría. Preparar café para mañana, revisar mi buzón de correo vacío durante un buen rato,  estudiar para cultivar la mente (porque dicen que está bien aquello de “no acostarse sin aprender algo nuevo”… y yo añado “decente”), reordenar un poco las esquinas de mi vida… llenas de mugre, de recuerdos tiernos… pero inútiles. Me dijeron que se aclara con lejía, espero no pasarme con la dosis para, al menos, seguir conociendo y avanzar sin andarme perdiendo. Terminar todo eso y acostarme temprano para afrontar mañana un día de duro trabajo.

Me dispongo a comer, por fin. A mi reloj ya hasta se le ha olvidado. Me avisa para merendar, pues ya marca las cuatro. El tiempo y yo somos incompatibles, cada uno por su lado. A ver si mi mente vuelve a mi cabeza tras echarme la siesta un rato. Y en la mesa servida, un plato más. Llegará tarde, lo sé. Si es que llega, ya veré. Yo mantengo la mesa puesta por si acaso. Las migas esparcidas, el mantel salpicado de vino rosado, cuchillo sin afilar y corazón masticado. Tal es el cansancio que no me deja ni pensar. Toca siesta y nada más. Oigo porque suena, y entonces:  - Adelante, pase usted (siempre preparo de más, pues nunca se sabe). Se agradece, pero es un mal momento. Tengo tanto sueño que ya no obedece ni mi cuerpo. - ¿Por qué vienes a despertarme temprano? Hay comida preparada, entra. Pero no me  mires ni me digas nada. No digas “toma, escribe, aquí tienes tu mejor relato”. Si te acercas ahora por mi cuarto, te echaré por la ventana. Hoy no tengo cuerpo para redactar nada que no trate sobre aquel estado que nos envuelve de repente, como invasores del espacio, apoderándose de nuestro cuerpo, marchito y cansado. “Morriña” lo llaman, creo, y aparece después de las cuatro. Es la única visita que admito. No aquella para la actividad. He dicho que no, que hoy no me entiendo con el bolígrafo. Mira que llegas a ser puta, amiga mía (con perdón). No vengas, INSPIRACIÓN, que pesada te has puesto. Golpeando mi puerta como si fuera la vida en ello… ¿pero qué te has creído?. Con todo respeto, sin fuerzas me quedé para atenderte, pues por la mañana me pasé con la lejía para despejar mi mente, que estaba aturdida… y mis ideas aún no han regresado. Ahora toca dormir y… ya veré si luego me levanto...

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