NOVIA PERDIDA


Salió antes que el sol, colocó su velo  y caminó con frío... esquivando el aire con estilo. Llegó tarde… ya se habían ido. Pequeña capilla en el bosque de su infancia, con trozos de confeti  y arroz esparcidos por las escaleras de madera (o lo que queda de ellas). Iba a ser la boda del siglo, la boda perfecta. ¿Tantas cosas habían pasado en los últimos dos días para cambiar los planes de hace siete meses?. Todo por culpa de una llamada. Irreconocible panorama, desoladora situación reflejada ya en sus lágrimas. Pensó en quedarse, pero giro sobre sí misma y sus zapatos deshicieron el silencio. Entonces, cerró el último botón de su abrigo, miró hacia atrás para confirmar la ausencia y se fue, dejando atrás los restos de un eterno suspiro y… preguntándose “por qué”. Los caminos de vuelta se hicieron interminables, los árboles se arqueaban con violencia frenando su avance, transeúntes pasando de largo como almas sin rumbo y farolillos en el suelo que abrazaban sutilmente el rastro de aquellos pasos oscuros. Hojas de periódicos sin información esparcidos por el suelo (como esas cosas que no sirven de nada, pero nadie puede discutir…pues ahí estaban).

Por fin abandonó el camino hacia el altar y aquel lugar en medio del bosque, que tanto le hacía ilusionar (aroma de su perfecta infancia, de promesas desgastadas aún grabadas y donde él solía recitarle poesías y baladas)… y del cual hoy no quiere ni oír hablar. Su última promesa confesada fue que los únicos que podían dañarla serían sus tacones, qué ironía, ya ves tú. Pero demasiados intentos fallidos de reencuentro desbordaron su mente y desprotegieron su cuerpo marchito. El tiempo se acelera, atrás deja el lugar donde supuestamente encontraría un anillo de bodas que dicen simbolizar la unión…¿Espiritual? Tal vez, desde luego física seguro que no, claro está tras ver lo que encontró y tras escuchar lo que alguien le comunicó. Tan atrás deja todo el recorrido de vuelta ahora cubierto por la espesa niebla, que parece nunca haber sucedido lo que truncó sueños y creó escalofríos. El viento, agresivo a su paso, además de  hojas y pájaros, roba aquellos recuerdos que suelen borrarse con facilidad. Pues ya no merece la pena sujetarlos, ni quedan fuerzas para recuperarlos. Pero ya no importaba nada… o todo importaba poco. Sólo quería volver, terminar de volver de una vez. De aquel lugar dónde un día se comprometió a la eterna compañía, hoy sólo habitada por la soledad tras la triste noticia. Sí, tropezó en la última esquina con la misma piedra de siempre, sostuvo su pie un par de segundos y, cuando el dolor disminuyó, continuó moviendo sus piernas...andando (se dice, se rumorea). Su mente le incitaba a echar a correr pero su corazón, roto por el dolor, le frenaba los pies.

Poco quedaba ya de aquel vestido de novia, que pasó de generación en generación. Ahora propiedad de aquel sombrío y solitario bosque. Pronto se convirtió en un vulgar vestido blanco de satén a juego con los zapatos, tan propios de la tan esperada luna de miel. Aquellos que dejan asomar tímidamente un blanco roto (de tristeza), ahora casados, de por vida, con el húmedo barro y la maleza. Y cuando ya no podía más, dejó de avanzar…parece que los caminos de tierra terminaron. El pueblo queda lejos, pero se ve cercano. Entonces, derrumbó su fe ante el umbral, y no supo más que arrodillarse. Se dijo en voz alta, a sí misma… y para nadie:  - Aquí, era donde quería llegar… Y cayó. Había vuelto para quedarse… debajo de un tren en movimiento. Ahora sí, ya estaban juntos los dos, y su compromiso sería eterno, pero no aquí, aquí ya no. En otro mundo muy distinto del que su novio fue preso tras el tremendo accidente justo antes del evento. Fatídico instante del que aún se observan restos. Pero si no hubo testigos de aquel encuentro fallido…¿Cómo es que estoy narrando ahora mismo? Eso mismo me pregunto yo, como tantas cosas en esta vida sin explicación y que, sin embargo, suceden…creando a veces historias apasionantes… pero eso sí, en nuestra mente.

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